Ha terminado el
proceso, y dos papas han sido elevados a los altares: Juan XXIII y Juan Pablo
II. Sobre el primero, no han aparecido dudas. Las únicas críticas se refieren a
la acusación de modernista que se le hace por parte de los tradicionalistas,
pero esa crítica más bien se convierte en alabanza por el esfuerzo que puso
para la adecuación de la Iglesia a las circunstancias del mundo moderno.
La canonización de Juan
Pablo II es otra cosa. Ha pasado por encima de las normas de tiempo para
agilizarse ante la suposición el día de su muerte y funeral, expresada en la
petición de “santo subito”; y no aperecen todavía respuestas satisfactorias
sobre su papel en el combate a la pederastia, y su cercanía con Marcial Maciel.
Se trata de una canonización que despierta interés por el contexto en que se
da, por las complicaciones que vivieron ambas figuras, pero particularmente la
de Juan Pablo II, respecto a los escándalos de la Iglesia sobre la pederastia.
En México hay una
visión piadosa de la canonización que ve con sospecha cualquier crítica al
proceso, pero que no puede dejarse de lado. Para muchos mexicanos, Juan Pablo
II es una figura importante en términos de la piedad popular, no para la
orientación del trabajo pastoral, así que alcanzo a vislumbrar que se convertirá
en una referencia para la motivación de los fieles, así como la Virgen de
Guadalupe. A nivel nacional existirían entonces tres referentes de la piedad
popular: la Virgen de Guadalupe, la Virgen de San Juan de los Lagos y Juan
Pablo II, porque a pesar de todos los procesos de canonización, los santos
mexicanos son importantes –sólo en algunos casos- para la piedad popular a
nivel local o regional. Tal vez el único que trasciende lo local es Santo
Toribio Romo, pero no llega a impactar a nivel nacional. Así que tendremos tres
referencias. Seguramente pronto tendremos santuarios dedicados a su memoria.
Sin embargo, la
cuestión es ir más allá de las razones emotivas con que se discute la
canonización y preguntarnos ¿A qué sector de la iglesia le conviene la
canonización? Es muy posible que en
México solo se hable de Juan Pablo II, y Juan XXIII pase desapercibido. Incluso
hay una empresa televisiva que está señalando que Juan Pablo II es un santo
mexicano. Esto es emotivismo sin fondo, pero
lo importante es ubicar que a un sector del catolicismo que va perdiendo su
fuerza, le conviene una canonización que le permita recuperar al menos algunas
voluntades.
Varias consideraciones
podrían ayudar a situar la canonización: lo primero es entender que una canonización
no hace santa a la persona, solo reconoce la santidad de la misma. Y que más
allá de la creencia de que los santos hacen milagros, la cuestión es que los
santos son modelos de vida, y por tanto deben inspirar a los creyentes a
imitarlos.
Una segunda
consideración es que en la canonización hay que distinguir la bondad personal -que
seguramente tenían Juan XXIII y Juan Pablo II-, de su actuación, que es la que
al final justifica su canonización. No son los milagros los que justifican la
santidad sino la vida. Y ahí es donde entra el debate. La vida de estos
pontífices ha recibido algunas observaciones y críticas.
Se trata de dos figuras
que ejercen el poder de manera distinta. Uno de manera cercana escuchando las
necesidades de actualización de la iglesia, por lo que convoca al Concilio y a
la transformación -Juan XXIII-; y la otra, poniendo en el centro la autoridad y
la ortodoxia. Juan XXIII impulsando a la iglesia a actualizarse a dialogar con
el mundo, y Juan Pablo II buscando que la iglesia se posicionara como la
poseedora de la verdad. Por supuesto que los constantes viajes, la cercanía
expresada por Juan Pablo en sus encuentros con la gente, sus gestos y los
recorridos en el papamóvil, lo hacen una figura mediática que encanta a muchos,
pero más allá se le cuestiona la dirección que dio a la iglesia y el modo como
enfrentó los graves problemas; pues para cuestiones externas a la iglesia
expresaba su palabra, pero para los problemas internos usó la política del
silencio. En el análisis de la vida de Juan Pablo, una nota que salpicará la
canonización es sin duda el caso de Marcial Maciel, que no puede entenderse
nunca como un delito personal, sino como un pecado socializado, y mantenido por
las instancias que debieron juzgarlo.
Sin embargo, en México
a la mayoría de los creyentes no les hará ruido el asunto, porque no estamos
acostumbrados a una revisión crítica de la fe, sino a una vivencia emotivista
de las creencias; así que no pasará más allá de las críticas de los analistas.
De todas maneras la marca de la pederastia estará presente cada que se recuerde
a Juan Pablo II.
La cuestión es que
muchos se preguntan ¿qué llevó al Papa Francisco a aprobar una canonización tan
cuestionada de una persona que propuso como modelo para la juventud a un
pederasta? Los que están a favor de la canonización sostienen que Juan Pablo II
jamás se enteró de la gravedad del asunto, los detractores, sostienen que
entonces estaba desinformado y por lo tanto su conducción de la iglesia dejaba
mucho que desear.
Me parece que la
iglesia está obligada a dar a conocer las razones de la canonización, más allá
de las cuestiones emotivas y los milagros, porque en el contexto de una iglesia
desprestigiada ante la opinión pública, no se puede ignorar la indignación
ética de los detractores de la canonización. No dar mayores explicaciones es
regresar a la visión autocrática y acrítica, donde el que tiene la palabra
tiene el poder. Esto no puede suceder ya.
Una tercera
consideración se refiere a los modelos de santidad. Con esta doble
canonización, se presentan a los creyentes dos modelos de santidad: el de la
reforma y actualización de la iglesia y el de la involución; el de la
ortopraxis -vivencia y práctica ajustada a los tiempos- frente al de la
ortodoxia -la referencia única a la verdad dogmática y la autoridad-.
Por supuesto, no se
puede ignorar los contrapuntos, en ambos casos hay una bondad personal, hay
honestidad, hay preocupación de tipo social, hay interés en extender el mensaje
evangélico… la diferencia son los modos. Y yo me quedo con el modo de Juan
XXIII y todo lo que eso significa.