jueves, 11 de junio de 2015

Reflexiones ante la violencia

Se ha vuelto lugar común señalar que la violencia y la inseguridad están a la vuelta de cualquier esquina.  La violencia se expresa de múltiples maneras, pero básicamente tiene su origen en una visión limitada del don  de la vida,  y del respeto a la persona en uno de sus derechos básicos: el derecho de vivir.

Cada vez es más frecuente escuchar que la violencia rodea  a miembros de nuestras familias,  a nuestros amigos o conocidos. Pero cuando la violencia nos ocurre a nosotros mismos,  se pone de manifiesto nuestra vulnerabilidad y la precariedad con la que vivimos.

Si bien no podemos estar de acuerdo con la violencia en cualquiera de sus formas,  el hecho mismo de ser susceptible a un acto violento,  pone de manifiesto que nuestra condición humana es caduca, limitada y por tanto, vulnerable.  Cuando pasa el acto de violencia,  se pierde la perspectiva de futuro,  que se recupera poco a poco cuando el tiempo permite tomar distancia.  Vivir un acto de violencia debe ser condenable a todas luces,  pero al mismo tiempo abre la posibilidad de situarse frente a la vida de una manera distinta.

Después de  un acto de violencia,  necesitamos explicarnos por qué somos violentos, y no sólo porque ocurrió el evento.  Al mismo tiempo,  se requiere canalizar la energía negativa que nos provoca la misma violencia,  y que nos lleva a pensar en la ley del Talión,  donde el “ojo por ojo” se percibe como un deseo que busca satisfacción. La violencia nos pone ante la posibilidad de considerar de qué manera construirnos como humanos,  cuando nuestra vida ha sido vulnerada.

Si bien la violencia tiene muchas causas,  en el fondo se explica,  por el deseo de imponerse al otro,  por el desconocimiento del valor y de la dignidad de cada uno. Al mismo tiempo, por el deseo egoísta de mirar sólo  por los propios intereses sin importar los del otro.


La violencia nos pone enfrente nuestras posibilidades:  reaccionar de la misma manera u  optar por el otro.  La ética del cuidado reacciona ante la violencia,  denunciando y abriendo caminos de preocupación por un mundo distinto.  La violencia nos señala que el cuidado como condición básica para vivir,  se nos olvida; y sin embargo se hace cada vez más necesario cuidarnos unos a otros,  de otra forma terminaremos cuidándonos unos de otros.

miércoles, 3 de junio de 2015

Buenas noticias para la iglesia de Yucatán

Yucatán y la ciudad de Mérida queda en la mentalidad de muchos mexicanos un poco lejana. Al estar en el sureste mexicano y en la zona de la península, las noticias, a pesar de las redes sociales, suelen llegar tarde o impactar de manera diferenciada. Sin embargo, el día de ayer una nota sacudió la tranquila ciudad. Se trata del nombramiento del nuevo arzobispo de Yucatán, el regiomontano Gustavo Rodríguez Vera. Se trata de un obispo relativamente joven, con 60 años de edad. Con una sólida formación en términos de la doctrina social cristiana, y con una clara preocupación por los pobres, y por ejercer el ministerio en Yucatán de manera cercana con los agentes de pastoral.

Esto le hacía falta a Yucatán. La estancia durante casi 20 años de Emilio Berlié, marcó un ciclo gris para una iglesia que transitaba hacia compromiso social. El anterior arzobispo de Yucatán se caracterizó por su cercanía a los grupos de poder, particularmente a los emanados del PRI; además de tomar distancia de los marginados, los desposeídos, y por condenar al ostracismo a los sacerdotes identificados con las causas populares y los derechos humanos. Lo mismo puede decirse de la distancia que tomó de las comunidades religiosas femeninas comprometidos con el pueblo. Berlié fue un arzobispo a modo para el sistema, emanado del llamado "Grupo de Roma", que tenía a la cabeza a Girolamo Prigione. En este grupo se identifica a obispos como Onésimo Cepeda, el cardenal Rivera, Juan Jesús Posadas, y sin ser obispo, a Marcial Maciel. Este grupo hizo mucho daño a la iglesia mexicana por su conservadurismo, su cercanía con el poder que le impide denuncias sólidas, y su alejamiento del Evangelio y de las causas de los pobres. Emilio Berlié es conocido desde su época de sacerdote en la ciudad Aguascalientes, por su carácter elitista. Por eso llama la atención que el nuevo arzobispo de Yucatán señale que tendrá tres prioridades: escuchar a todos los sectores particularmente a los sacerdotes de la arquidiócesis, enseñar a los demás la preocupación y el servicio a los pobres, y trabajar en estrecha colaboración con los agentes de pastoral, sacerdotes y religiosas.

Se trata de un cambio episcopal al estilo del papa Francisco. Si bien el nuevo arzobispo no entrará en conflicto con las autoridades locales, el estilo del Norte le vendrá muy bien a la arquidiócesis del sureste mexicano, a diferencia del estilo de Berlié, pues la acción pastoral seguramente tendrá un notable sentido social.

Uno de los retos del nuevo arzobispo es tomar distancia del arzobispo emérito, que ha mencionado su deseo de quedarse en Mérida. Emilio Berlié tenía la expectativa de continuar al menos dos años más al frente del obispado y celebrar 20 años como arzobispo. Nada sucedió. El papa Francisco le acepta la renuncia a los seis meses y 28 días de haber cumplido 75 años. Con este nombramiento el papa Francisco envía un mensaje el Episcopado mexicano, que debe leerse entre líneas: los nuevos obispos titulares de arquidiócesis deben tener un claro sentido del Evangelio que se encarna entre los pobres, y por otro, cercanía con los feligreses. Lo demás, las tareas administrativas, y la necesaria gestión pastoral podrá irse aprendiendo cuando el corazón está dispuesto y la mente se encuentra abierta a los criterios del Evangelio.

Parece que el nombramiento de Gustavo Rodríguez Vega, en el cargo de arzobispo es una buena noticia para la iglesia de Yucatán, que en general estaba cansada del estilo de Emilio Berlié y del culto a su persona que durante 19 años generó. Todo parece indicar que puede haber un giro evangélico en la iglesia de Yucatán.

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