lunes, 28 de abril de 2014

¿Qué importancia tiene la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII para México?

Ha terminado el proceso, y dos papas han sido elevados a los altares: Juan XXIII y Juan Pablo II. Sobre el primero, no han aparecido dudas. Las únicas críticas se refieren a la acusación de modernista que se le hace por parte de los tradicionalistas, pero esa crítica más bien se convierte en alabanza por el esfuerzo que puso para la adecuación de la Iglesia a las circunstancias del mundo moderno.
Imágenes de la canonización
La canonización de Juan Pablo II es otra cosa. Ha pasado por encima de las normas de tiempo para agilizarse ante la suposición el día de su muerte y funeral, expresada en la petición de “santo subito”; y no aperecen todavía respuestas satisfactorias sobre su papel en el combate a la pederastia, y su cercanía con Marcial Maciel. Se trata de una canonización que despierta interés por el contexto en que se da, por las complicaciones que vivieron ambas figuras, pero particularmente la de Juan Pablo II, respecto a los escándalos de la Iglesia sobre la pederastia.
En México hay una visión piadosa de la canonización que ve con sospecha cualquier crítica al proceso, pero que no puede dejarse de lado. Para muchos mexicanos, Juan Pablo II es una figura importante en términos de la piedad popular, no para la orientación del trabajo pastoral, así que alcanzo a vislumbrar que se convertirá en una referencia para la motivación de los fieles, así como la Virgen de Guadalupe. A nivel nacional existirían entonces tres referentes de la piedad popular: la Virgen de Guadalupe, la Virgen de San Juan de los Lagos y Juan Pablo II, porque a pesar de todos los procesos de canonización, los santos mexicanos son importantes –sólo en algunos casos- para la piedad popular a nivel local o regional. Tal vez el único que trasciende lo local es Santo Toribio Romo, pero no llega a impactar a nivel nacional. Así que tendremos tres referencias. Seguramente pronto tendremos santuarios dedicados a su memoria.
Sin embargo, la cuestión es ir más allá de las razones emotivas con que se discute la canonización y preguntarnos ¿A qué sector de la iglesia le conviene la canonización?  Es muy posible que en México solo se hable de Juan Pablo II, y Juan XXIII pase desapercibido. Incluso hay una empresa televisiva que está señalando que Juan Pablo II es un santo mexicano.  Esto es emotivismo sin fondo, pero lo importante es ubicar que a un sector del catolicismo que va perdiendo su fuerza, le conviene una canonización que le permita recuperar al menos algunas voluntades.
Varias consideraciones podrían ayudar a situar la canonización: lo primero es entender que una canonización no hace santa a la persona, solo reconoce la santidad de la misma. Y que más allá de la creencia de que los santos hacen milagros, la cuestión es que los santos son modelos de vida, y por tanto deben inspirar a los creyentes a imitarlos.
Una segunda consideración es que en la canonización hay que distinguir la bondad personal -que seguramente tenían Juan XXIII y Juan Pablo II-, de su actuación, que es la que al final justifica su canonización. No son los milagros los que justifican la santidad sino la vida. Y ahí es donde entra el debate. La vida de estos pontífices ha recibido algunas observaciones y críticas.
Se trata de dos figuras que ejercen el poder de manera distinta. Uno de manera cercana escuchando las necesidades de actualización de la iglesia, por lo que convoca al Concilio y a la transformación -Juan XXIII-; y la otra, poniendo en el centro la autoridad y la ortodoxia. Juan XXIII impulsando a la iglesia a actualizarse a dialogar con el mundo, y Juan Pablo II buscando que la iglesia se posicionara como la poseedora de la verdad. Por supuesto que los constantes viajes, la cercanía expresada por Juan Pablo en sus encuentros con la gente, sus gestos y los recorridos en el papamóvil, lo hacen una figura mediática que encanta a muchos, pero más allá se le cuestiona la dirección que dio a la iglesia y el modo como enfrentó los graves problemas; pues para cuestiones externas a la iglesia expresaba su palabra, pero para los problemas internos usó la política del silencio. En el análisis de la vida de Juan Pablo, una nota que salpicará la canonización es sin duda el caso de Marcial Maciel, que no puede entenderse nunca como un delito personal, sino como un pecado socializado, y mantenido por las instancias que debieron juzgarlo.
Sin embargo, en México a la mayoría de los creyentes no les hará ruido el asunto, porque no estamos acostumbrados a una revisión crítica de la fe, sino a una vivencia emotivista de las creencias; así que no pasará más allá de las críticas de los analistas. De todas maneras la marca de la pederastia estará presente cada que se recuerde a Juan Pablo II.
La cuestión es que muchos se preguntan ¿qué llevó al Papa Francisco a aprobar una canonización tan cuestionada de una persona que propuso como modelo para la juventud a un pederasta? Los que están a favor de la canonización sostienen que Juan Pablo II jamás se enteró de la gravedad del asunto, los detractores, sostienen que entonces estaba desinformado y por lo tanto su conducción de la iglesia dejaba mucho que desear.
Me parece que la iglesia está obligada a dar a conocer las razones de la canonización, más allá de las cuestiones emotivas y los milagros, porque en el contexto de una iglesia desprestigiada ante la opinión pública, no se puede ignorar la indignación ética de los detractores de la canonización. No dar mayores explicaciones es regresar a la visión autocrática y acrítica, donde el que tiene la palabra tiene el poder. Esto no puede suceder ya.
Una tercera consideración se refiere a los modelos de santidad. Con esta doble canonización, se presentan a los creyentes dos modelos de santidad: el de la reforma y actualización de la iglesia y el de la involución; el de la ortopraxis -vivencia y práctica ajustada a los tiempos- frente al de la ortodoxia -la referencia única a la verdad dogmática y la autoridad-.
Por supuesto, no se puede ignorar los contrapuntos, en ambos casos hay una bondad personal, hay honestidad, hay preocupación de tipo social, hay interés en extender el mensaje evangélico… la diferencia son los modos. Y yo me quedo con el modo de Juan XXIII y todo lo que eso significa.

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