sábado, 6 de diciembre de 2014

El diálogo interreligioso

Para muchos parecería una moda el asunto del diálogo interreligioso,  a partir del impulso que el Papa Francisco está dando a este asunto. Esto no es así. 

El diálogo interreligioso de los cristianos data desde sus orígenes. El cristianismo, nacido en la cultura judía y conviviendo con la griega, aprende inmediatamente a expresar su pensamiento en las categorías de la época. El ejemplo lo tenemos en el evangelio de Mateo dirigido a los creyentes procedentes del judaísmo, y en el de Lucas dirigido a los conversos de otras culturas. Por esta razón, un Mateo da por supuesta la comprensión de términos propios de la cultura judía, en tanto que Lucas los explica. 

La posterior incursión de los apóstoles en territorio romano y griego les obliga a dialogar con los que creen diferente. Así, Pablo transita por el Areópago donde encuentra el altar al Dios desconocido, pero incluso antes, en Pentecostés, Lucas relata que los cristianos reconocían: entre nosotros hay griegos, cretenses, elamitas, medos... Esto habla de la pluriformidad de modos de entender la relación con Dios. El problema es que esto se olvidó.

El problema no parece ser la pluralidad sino el deseo humano de hacer prevalecer nuestro propio pensamiento como el único, lo que deriva en dogmatismos que han hecho mucho daño en la historia. Así, la inquisición, la noche de San Bartolomé, y los ataques actuales de algunos musulmanes muestran que su comprensión fundamentalista y -en algunos casos- integrista de su tradición religiosa, les impide reconocer el valor de la diversidad. 

Lo que hace daño a la convivencia humana, no es la diversidad de religiones, sino la incapacidad de reconocer el valor de cada tradición como caminos específicos para plantear la relación con Dios. Cuando esto sucede, la religión se convierte en una camisa de fuerza que afecta la convivencia al querer imponer a otro el propio modo de pensar. 

Para los católicos, entrar en el diálogo interreligioso implica entre otras cosas la capacidad de situarse como creyentes abiertos, algo que no siempre ha favorecido la formación religiosa recibida. Se trata de ir más allá del paradigma exclusivista -que señala que fuera de la Iglesia no hay salvación-, y del paradigma inclusivista -que dice que en todas las religiones hay semillas del Verbo-, para pasar al paradigma pluralista, que reconoce que la diversidad religiosa -y seguro otras diversidades- es querida por Dios. 

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