Escribir en una dirección distinta de lo que algunos acercamientos mediáticos realizan a la beatificación de Juan Pablo II, puede parecer mezquino, aunque sea trate de un cuestionamiento serio. Con esta actitud se silencian las voces críticas. Así parece que ha sucedido en los últimos seis años desde aquella noche en que aparecieron “como por arte de magia” sendos letreros que planteaban la expresión santo súbito. En México, acostumbrados a construir una realidad virtual o paralela en contra de la misma realidad, esto pasó desapercibido. Los comentaristas televisivos al parecer no lo vieron tampoco. ¿De quién fue la idea de mover a las masas a declarar santo súbito a Juan Pablo II? Más aun ¿a quién beneficiaba que se declarara a Juan Pablo II santo casi inmediatamente intentando rescatar una tradición en la iglesia que ya no está vigente? ¿qué se quería decir con la expresión magno aplicada al Papa? ¿de qué grandeza estamos hablando al decir ahora Juan Pablo II el Magno?
Estas preguntas apuntan al pasado… Santo súbito, en la lenta Roma que se mueve con el peso de dos mil años y acusada de esclerosis múltiple, ya sucedió. Si como dice el tango “veinte años no es nada”, entonces los seis años, que ha durado el proceso de indagación, es apenas un breve instante. La historia de los procesos de canonización muestra que ha habido procesos más rápidos, pero en épocas lejanas, bajo otros criterios y con signos de santidad evidentes. En el caso de Juan Pablo II muchos –aunque no se les escuche y se les de voz- todavía se preguntan cuáles son estos signos.
A esta hora Juan Pablo II es beato según la declaración oficial de la Iglesia. La ceremonia es una mera formalización. Con esta declaración se afirma, que Juan Pablo II es un hombre que ha alcanzado la visión beatífica y que es bienaventurado, lo que en sentido amplio significa que goza de estar en la presencia de Dios. Por esta razón suceden dos cosas: se presenta a los creyentes como modelo de camino hacia Dios, y se le rinde culto público de manera local. Muchos no han reparado en este dato, y tal vez es lo que llevará a dimensionar verdaderamente el alcance de la beatificación: según el decreto de la Congregación para el Culto Divino, será el 22 de octubre la memoria de la celebración que obliga sólo en dos lugares: Roma y Polonia. En la Iglesia existen tres tipos de celebraciones de mayor a menor importancia: solemnidades, fiestas y memorias. Estas últimas pueden ser obligatorias o libres. La celebración de Juan Pablo II será memoria libre para el resto del mundo. Por supuesto, los obispos –y los mexicanos seguramente tardarán un suspiro- pueden solicitar que sea una memoria obligatoria en sus diócesis, pero de ahí no pasará según la misma iglesia.
Más calmadas las aguas del turismo religioso que ha generado la beatificación, igual que en las visitas que realizó en su pontificado, podremos ver qué produce tal acontecimiento. Hoy estamos saturados de imágenes de un Papa con una enorme dificultad para presentarse en público, que su grupo de cercanos quería presentar vivo incluso contra el criterio de la dignidad y discreción que merece un enfermo para pasar sus últimos momentos consigo mismo. Estas imágenes muestran la disnea de un personaje que está muriendo, pero supongo que ahí no está la santidad del Papa. Debe estar en otra parte. ¿Dónde? En su obra, dicen algunos. Concedido. ¿Quién de los creyentes puede citar y reconocer su obra más allá de los lugares comunes como “era muy bueno”, “nos quería mucho”, “sufrió mucho”?
Extraña que a estas alturas, no se hayan realizado seminarios, círculos de estudio, reedición de sus textos, difusión de sus encíclicas y que todo quede en la anécdota. La mayoría no sabe con claridad cuál fue la doctrina de Juan Pablo II y su papel real dentro de la Iglesia. Esto hace sospechar de la construcción de una figura de santidad con forma pero sin fondo, o con un fondo muy complejo que se prefiere mirar por encima pero no escarbar demasiado.
La crítica más fuerte a Juan Pablo II se basa en el hecho de que impulsa una eclesiología del modelo de cristiandad, centrada en Roma, en el poder del papa y no en la colegialidad de los obispos; pues aunque se reúna con los obispos, cite los documentos del Concilio y haya participado en él -particularmente en intervenciones sobre el documento de la iglesia en el mundo contemporáneo-, no llevó a su culmen los planteamientos del mismo. Toda la acción pastoral: predicaciones, visitas apostólicas, encuentros, documentos, condenas y silenciamientos a teólogos, canonizaciones y beatificaciones, apoyo a congregaciones religiosas conservadoras, intervención en órdenes progresistas, tienen este sello. Por eso, muchos razonablemente se siguen preguntando ¿qué se beatifica con la beatificación de Juan Pablo II?
La Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Doctrina de los Sacramentos al responder a esta pregunta es escueta y no se compromete, reduciendo a tres asuntos los aportes del Papa en 153 palabras: “Carlos José Wojtyla nació en Wadowic, Polonia, el año 1920. Ordenado presbítero y realizados sus estudios de teología en Roma, regresó a su patria donde desempeñó diversas tareas pastorales y universitarias. Nombrado Obispo auxiliar de Cracovia, pasó a ser Arzobispo de esa sede en 1964; participó en el Concilio Vaticano II. Elegido Papa el 16 de octubre de 1978, tomó el nombre de Juan Pablo II, se distinguió por su extraordinaria actividad apostólica, especialmente hacia las familias, los jóvenes y los enfermos, y realizó innumerables visitas pastorales en todo el mundo. Los frutos más significativos que ha dejado en herencia a la Iglesia son, entre otros, su riquísimo magisterio, la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica y los Códigos de Derecho Canónico para la Iglesia Latina y para las Iglesias Orientales. Murió piadosamente en Roma, el 2 de abril del 2005, vigilia del Domingo II de Pascua, o de la Divina Misericordia”.
Con la celebración de la beatificación se reconoce como triunfante un modelo de iglesia tradicional, a la que le interesa el mundo moderno en su forma, pero que ante el fondo de éste se siente extraña. Se trata de la beatificación de la resistencia de una iglesia que encuentra seguridad en las formas tradicionales de ejercer el poder, la liturgia, la pastoral, el magisterio. Se beatifica una forma de pastoral marcada por la forma externa y no por el fondo, donde el mensaje y discurso evangélico deja lugar a la imagen, donde el compromiso se entiende como participación en la liturgia y no como compromiso radical por la justicia.
Una iglesia así requiere de un santo súbito al que se quiere llamar magno…