El hablar de Dios siempre es humano, analógico y necesita ser criticado y corregido en un proceso constante que mantiene abierta la tradición.
Juan Antonio Estrada
Hablar de Dios es fácil, de religión también, mientras no pongamos en claro de qué asuntos estamos hablando. Cuando hacemos esto, frecuentemente se encuentra uno con la experiencia de que los significados no son los mismos para todos y aquí es donde el asunto de dialogar sobre el conocimiento religioso se complica. Sin embargo, no se puede decir que se encuentra uno ante un objeto de conocimiento del que no se pueda hablar. El problema, como en todo tipo de conocimiento, es precisar de qué tipo de experiencia humana estamos hablando cuando dialogamos sobre eso que llamamos conocimiento religioso o incluso, conocimiento mágico.
La palabra dios y la experiencia humana.
La palabra dios se encuentra en el corazón mismo de las religiones. Dios aparece como la realidad última y fundante de la fe de muchos pueblos y sistemas religiosos. La palabra dios hace referencia al día como situación de luminosidad. Dios entonces, en las distintas perspectivas religiosas es considerado luz.
Aunque existe acuerdo en pensar a la divinidad como realidad última y fundante del resto de la realidad, no existe un acuerdo total en cuanto a la comprensión de dios. Las distintas tradiciones religiosas le dan un contenido específico y en ocasiones ambiguo. Cuando se desconoce esto, se corre el riesgo de usar la palabra dios de manera imprecisa. Por eso, ir más allá de la palabra para entrar en su significado puede resultar importante para el diálogo interreligioso.
La primera cuestión que ha de considerarse es que detrás de la palabra dios, existe una experiencia humana de un aspecto de la realidad. Esta experiencia en el decir de Rudolf Otto se presenta como misterium tremens et fascinans, es decir, aquella realidad nombrada como dios, se torna para el que tiene esta experiencia, en algo que de suyo es inexpresable, aunque vitalmente innegable. La experiencia de dios o sobre dios, se vuelve por sus características en un arcano, en algo que rebasa la capacidad humana de comprender en su totalidad, y por lo mismo se recurre a distintas expresiones que den alguna idea del contenido de esta experiencia.
Otto recurre a dos términos que ayudan a expresar el sentido de esta experiencia. Se refiere a ella como tremens et fascinans. Lo tremendo de esta experiencia es que sobrepasa la capacidad de comprensión por lo que resulta inexpresable; de suerte que la totalidad de los saberes de la persona resultan insuficientes para explicar esta experiencia; de esta manera el sentimiento y la sensación de pequeñez, es una forma de nombrar esta realidad llamada dios. Por otro lado, aunque tal experiencia es considerada tremenda es atractiva. A esta atracción la nombra Otto como fascinante, es decir, la experiencia de dios o sobre dios se presenta -al que la vive- como una especie de encantamiento, por lo que no puede separarse de ella.
Desde estas consideraciones, dios es reconocido como una experiencia vital que da sentido a la realidad, permitiendo al que la vive, una sensación de pequeñez frente a lo que se reconoce como superior; es una situación de tal fuerza e importancia que se torna en indispensable.
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