Eduardo Galeano escribía hace ya un buen número de años, sobre el derecho de soñar. Su texto no tiene punto de comparación, y resulta inspirador para caminar en la vida.
Hoy a pocos días de las elecciones, para algunos se vuelve urgente recuperar la capacidad de soñar. No se trata solo de soñar como si se estuviera en un momento reparador, sino de soñar porque la incomodidad genera preguntas.
El derecho de soñar no está catalogado entre los derechos humanos, pero está anclado en lo profundo de la condición humana que se resiste a que las cosas continuen igual. No se trata de evasión sino de amplitud de miras, de repensar la vida, de reconocer la incomodidad sin quedarnos en el nivel de queja, para levantar la mirada hacia la utopía.
El derecho de soñar en estos días tiene que ver con la incomodidad. Pero, ¿de qué se puede estar incómodo? la lista podría ser muy grande, pero de ella no podrían estar ausentes, la incomodidad ante la política económica que profundiza la brecha ente ricos y pobres; la incoherencia entre la prédica del amor a Dios y al prójimo y el distanciamiento del amor humano; la de por si vulnerable vida expuesta a la arbitrariedad del ajuste de cuentas y a una bala perdida; a la insensibilidad de la autoridad ante la miseria; se puede estar insatisfecho de la podredumbre que muchas instituciones practican pero más de la costumbre de simular y aparecer como si fueran referentes morales o de buenas prácticas...
Por supuesto que la lista no acaba. Cada uno puede señalar más... pero el asunto del derecho de soñar apenas empieza, cuando nos rebelamos ante esto, y aunque suene a título de telenovela, ¿no sería prudente que antes de emitir el voto hagamos un serio ejercicio para nombrar las incomodidades y desde ahí ejercer el derecho de soñar? Con estos datos, se podría hacer un análisis serio que permita emitir el voto en una o otra dirección para intentar realizar al menos uno de los sueños y dejar de lado, al menos parcialmente algo de la incomodidad.
Uno de los mejores ejemplos de la literatura en este sentido, es el Principito al que habría que volver para recuperar el derecho de soñar, en una antropología que nos permita reconocernos como seres de protestación.
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