La fe como categoría central que expresa el encuentro entre el hombre y Dios, está a la baja para muchos. Basta recodar la presencia de los así llamados “autobuses ateos” que han causado un enorme revuelo en Gran Bretaña y España. Por otro lado, encontramos en el mundo católico una preocupación por hacer presente en la vida social y política un discurso religioso, que para muchos pierde su vigencia al no dar respuesta a los problemas de la vida cotidiana.
Entre los problemas que enfrenta el catolicismo mexicano se encuentran al menos cuatro asuntos: la simulación y el juego de la doble moral en la vivencia de lo religioso; el abordaje fundamentalista de los textos religiosos; el discurso religioso que presenta la propia voluntad de los ministros como voluntad de Dios; y la pretensión de situar a las instituciones religiosa por encima de los carismas, proponiendo una identificación entre institución y fe, y al mismo tiempo convirtiendo a las instituciones en inamovibles. Estos problemas generan otras dificultades como la fe al servicio de las instituciones, la identificación de los ministros como voceros de Dios, el servicio al texto religioso antes que al sujeto creyente, y la simulación como norma de vida que propone la doble moral. Uno de los mecanismos usados frecuentemente para orientar la vida de los creyentes es el discurso religioso centrado en la prohibición.
Cuando Jean Delaumeau describe la Europa del siglo XVI (Delumeau, 2002) señala respecto de la ciudad de Ausburgo una serie de acciones que permanecen presentes en el campo religioso mexicano 33 años después de que su obra vio la luz pública por primera vez. La narración sirve para ilustrar este análisis sobre la forma como opera la Iglesia Católica al emitir su mensaje previo a la participación en las celebraciones religiosas. Jean Delaumeau plantea acciones de resistencia que hoy han cambiado en la forma pero no en el fondo. Tales acciones a fuerza de ser constantemente ejercidas en México en el campo religioso se han convertido en simbólicas:
“Precauciones singularmente reveladoras de un clima de inseguridad: cuatro gruesas puertas sucesivas, un puente sobre foso, un puente levadizo y una barrera de hierro no parecen suficientes para proteger, contra cualquier sorpresa, a una villa de 60,000 habitantes […] En un país presa de las querellas religiosas, y mientras el Turco merodea en las fronteras del imperio, todo extranjero es sospechoso, sobre todo de noche. Al mismo tiempo, se desconfía del “común”, cuyas “emociones” son imprevisibles y peligrosas” (Delumeau, 2002, pág. 10)
La cita anterior permite ilustrar –en cierta medida- la situación que vivimos respecto a lo religioso, por eso, los hábiles mecanismos que protegían a la ciudad de Ausburgo tienen el valor de símbolo y pueden ser utilizados como referentes para el análisis. Tres cuestiones parecen estar a la base de la crisis expresada en la protección frente a: la cercanía de los otros, el miedo a los diferentes y sus propuestas y la invisibilidad del “común” es decir, de las emociones del pueblo creyente. En este análisis se perfila que una de las estrategias para enfrentar el miedo a los otros se expresa y fortalece en la prohibición.
La prohibición es un elemento que aparece frecuentemente en el lenguaje religioso. Se trata de un elemento fundamental para que los creyentes distingan que están en un espacio sagrado. Sin prohibición, lo sagrado no existiría, porque sagrado significa separado. Sin embargo las prohibiciones van tomando distintos matices en una sociedad que evoluciona. El fundamento de la prohibición es hacer que exista lo sagrado, que se presenta como cualitativamente distinto a lo ordinario, que pasa a llamarse profano. De esa forma, aparece en la mentalidad de los sujetos religiosos una separación que les permite ordenar el mundo: lo sagrado y lo profano.
Parroquia de Guadalupe, Puerto Vallarta |
Si bien, como lo dice Eliade esta división del espacio y tiempo (en sagrado-profano) es útil para la existencia de lo religioso, cuando esta noción se proyecta/concretiza en términos de prohibiciones se genera una división en el creyente. La prohibición a fuerza de reconocer la diversidad, funciona paradójicamente en contra de ella, pues olvida la alteridad y asumir la diferencia, para centrarse en el polo de lo sagrado. Se trata de una propuesta religiosa en tiempos de crisis que propone “más de lo mismo”, que se retrae en lo que considera sagrado para evitar el diálogo y el reconocimiento de la posibilidad de la integración.
La prohibición de tipo religioso ordinariamente despierta aliados en búsqueda de perfección. La prohibición se ha convertido en el eje de muchos discursos religiosos olvidando la propuesta evangélica. Por otro lado la construcción de un discurso estoico que desprecia al cuerpo y lo ve como origen del mal, hace perder de vista que al principio “vio Dios que todo era bueno” y que el cuerpo es instrumento de realización.
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