El voto no tiene religión
Por: Arturo Navarro
La gran tentación de cualquier religión es la pretensión de orientar todo. Absolutamente todo: la vida privada, la vida íntima, la vida de las alcobas, la ropa, las comidas permitidas, las relaciones institucionales, la educación de los hijos, la manera de hacer política, de cerrar tratos, de dirigirse a Dios, de entrar en relación con los diferentes, los libros que se pueden leer, las películas que se pueden mirar… y últimamente la forma de elegir a los gobernantes.
Entre más estructurada es una religión, más líderes tiene, más rituales realiza y más generalizada se encuentra, se convierte en una mediación omnipresente para entrar en contacto con lo sagrado. El punto del debate ya no es entonces la trascendencia intuida y presentada por ella, sino la forma externa de realizar las cosas. La apariencia expresada como forma puede sustituir lo esencial, el fondo. Este es siempre el riesgo de las religiones.
Los mismos fundadores de los movimientos espirituales que luego derivaron en lo que hoy conocemos como religiones: Buda, Jesús, Abram… conocían de esta tentación y debilidad. Por eso se oponen a las estructuras que sustituyen y pervierten el capital simbólico que propone la religión.
¿Por qué ocurre esto? En principio porque en el corazón de los movimientos espirituales se encuentra la intención de orientar todo por criterios religiosos, lo que les impide ver el pluralismo y la diversidad como algo natural, incluso aunque los fundadores lo hayan planteado. De ahí, se sigue de manera directa la búsqueda de la homogeneidad: de criterios, de normas, de convicciones morales e incluso de criterios para votar.
Esta tendencia se agudiza cuando las religiones se olvidan del elemento central que les dio origen, para refugiarse en la seguridad de los planteamientos de los repetidores de predicaciones religiosas que no aportan sino sólo comentan y condenan. Por eso los verdaderos teólogos de cualquier religión son percibidos como peligrosos, porque pretenden recordar siempre las utopías originarias de los fundadores de los movimientos religiosos y adecuarlas a los tiempos. Pensar entonces se vuelve difícil en las instituciones religiosas que se mueven en el tradicionalismo.
En México está de moda –pero no es asunto novedoso- que las instituciones religiosas insistan en orientar las políticas públicas. Para ello, basta revisar los comunicados oficiales de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) para tener claros los temas que le interesan. Pero apenas hace unos días (23 de junio) aparece en la red un enlace www.votocatolico.com que señala cómo votar y cómo no hacerlo. Se trata aparentemente de católicos anónimos, pero como se dice en México, la zorra se conoce por la cola; el referido sitio no puede ocultar su procedencia: los discursos, las imágenes, el modo de organizar la información y la forma de argumentar no dejan lugar a dudas. Detrás de este enlace se encuentra un grupo de católicos conservadores que se quieren hacer pasar por anónimos, pero de ello sólo tienen el nombre. Las autoridades electorales han de explorar la relación que existe entre las élites religiosas, sus páginas electrónicas, sus publicaciones y esta manera de intentar orientar el voto haciendo énfasis en la vivencia de valores católicos. Por supuesto, deberán darnos los nombres.
El asunto no es nuevo. Una revisión de las cartas pastorales de los obispos y de la CEM en tiempos de elecciones dan cuenta de este esfuerzo negado casi siempre por orientar la política; por otra parte, la organización de Talleres para la Democracia en algunas diócesis, la revisión de los planes pastorales, los planteamientos en programas de radio y televisión, y las predicaciones de algunos líderes religiosos, permiten reconocer este esfuerzo constante que por momentos parece avivarse.
Sin lugar a dudas como ciudadanos –los líderes religiosos y sus voceros laicos- tienen derecho a pronunciarse sobre los políticos, pero no deben olvidar que cuando emiten sus opiniones lo hacen en situación de ventaja frente a los demás ciudadanos que no tienen las mismas prerrogativas, ni el acceso a los recursos mediáticos como ellos. Con esto introducen un elemento de inequidad en el proceso electoral. Por otra parte, al pretender que la religión oriente los criterios políticos dejan abierta la puerta a la creación de un estado teocrático, aunque en apariencia siga siendo laico. Aquí está el peligro: un estado religioso es excluyente de otras formas de vida que no sean las que él mismo valida. ¿Eso es lo que se quiere para México?
Al responder no habría que olvidar que el voto no es religioso, sino ciudadano.
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Publicado el 28 junio 2011
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