Las elecciones democráticas suelen ser, la mayoría de las veces, complicadas. La participación de electores se da en función de una elección previa, cuando los partidos definen a los candidatos. Se trata, en las sociedades liberales, de un procedimiento que según el modelo político puede ser una elección directa ejercida mediante el voto personal, o una democracia representativa, como en el caso de la elección indirecta, vía los representantes elegidos previamente.
En el caso de la Iglesia esto no sucede de ninguna manera. Independientemente de que el ganador, debe hacerlo por el sufragio de dos terceras partes de los electores, no se trata de democracia, pues los cardenales no representan a nadie, pues no han sido electos por la mayoría, ni mucho menos responden a los intereses de los creyentes.
El sistema de elección papal, es único en el mundo. Es un híbrido entre la monarquía y algunas prácticas de las democracias representativas, pero en ambos casos se trata de una cuestión única. Por eso parece complicado de entender.
En principio, los candidatos, no representan a los creyentes sino que su nombramiento procede del sistema de cooptación que opera en la iglesia latina, desde los años de formación. A los puestos de autoridad en la iglesia llegan aquellos a los que durante su desempeño se les ve: aprecio por la ortodoxia, obediencia, habilidad política, y cierto interés pastoral. Esto crea un grupo compacto y con cierta homogeneidad. Los progresistas, quienes cuestionan las formas tradicionales, y los sacerdotes de “a pie” difícilmente llegan a dirigir una diócesis, si acaso alguna parroquia.
Este grupo representa entonces, la coincidencia en una visión eclesial, que responde, a quien hace la elección, es decir, al Papa en turno. Entre más dura un papa en el trono, más se parecen los cardenales a él, porque la sucesión se da entre los iguales, dando origen a un proceso de reproducción del campo.
Así las cosas, no es importante el nombre, o la personalidad de los cardenales, sino las relaciones y el grupo de origen al que pertenece. En todo caso, serán sus homólogos, en el sentido más preciso del término, quienes le elegirán. Puede cambiar el nombre, la lengua y la fisonomía pero no la pertenencia.
En el caso de los 117 cardenales que elegirán al sustituto de Benedicto XVI, 49 fueron designados por Juan Pablo II y 68 por Benedicto XVI, por lo que reproducen de alguna manera algunas de sus posturas y tendencias. Ante este panorama pareciera que cambiarán las formas pero no el fondo.
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