A propósito del debate suscitado por las declaraciones del obispo de Mexicali, y los desmentidos de todos los actores señalados, en torno al asunto del aborto y la supuesta llamada del Papa, conviene una reflexión que ponga sobre la mesa de la discusión el asunto en una perspectiva más amplia.
Para nadie resulta extraño, la existencia de las relaciones que se establecen entre los hombres de corbata y los de sotana con alzacuello. Estas relaciones existen incluso, en los momentos más álgidos del conflicto religioso de la cristiada. Tampoco es deconocido que los políticos en distintas ocasiones y por diversos motivos buscan a los hombres de iglesia. Unos y otros reconocen que viven en una esfera de poder que les da acceso a los mismos sujetos –como ciudadanos y/o creyentes-, y marcan su territorio. Pero en ocasiones el supuesto desde el que se establecen las relaciones formales y diplomáticas a nivel de las formas, no corresponde sobre lo que sucede debajo de la mesa. La cuestión es que en la iglesia conviven dos modelos de relación con los actores polìticos con una sola raíz. La raíz es la resistencia, las modalidades son la convivencia discreta y la confrontación.
Las declaraciones del obispo de Mexicali, corresponden al modelo de resistencia mediante la confrontación; que se mantiene incluso en el mismo comunicado que emitió la diócesis donde “asume las declaraciones emitidas por la Santa Sede”, pero no reconoce que los dichos del obispos sean falsos. Las notificaciones de la CEM y los mismos políticos están en la línea de mantener la resistencia mediante una convivencia discreta. Pero el trasfondo del asunto es otro: el proyecto político de la Iglesia.
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