La metáfora de los ciegos y el elefante, muestra la complejidad del diálogo interreligioso: cada hombre religioso ciego, apenas palpa una parte del elefante y se cuestiona sobre lo que alcanza a tocar.Ante la realidad de Dios, al creyente de cualquier confesión le sucede lo mismo. Tiene una parte de la información de la totalidad, pero no abarca a la totalidad. Algunos interpretan la parte como vacío, otros como inacceible, apenas "tocada" con las yemas de los dedos, unos más se acercan a la parte más abultada del elefante y lo consideran inmenso o inabarcable. Más llá, alguien pensará a Dios como
El problema no es la parte, que finalmente seguirá vinculada a la totalidad; sino la pretensión de que la parte describa o permita explicar el todo. Este es un problema latente en el diálogo interreligioso.
Para que el diálogo interreligioso sea eficaz se requiere -entre otras cosas-, de una enorme dosis de humildad, para reconocer que los datos que se tienen ante la realidad de Dios, son apenas unos cuantos vestigios, pero nunca la totalidad, por más que se tenga la certeza de la revelación, que siempre será contextualizada.
Una segunda cuestión que está a la base de un diálogo interreligioso que fructifique, es dejar de lado la idea de que sólo existe una religión verdadera. El diálogo interreligioso solicita reconocer que todas las religiones son verdaderas, en tanto caminos espirituales para acercarse a la realidad de Dios.
Orar juntos en torno a un motivo, como sucederá en Asís el 27 de octubre, es importante, pero nada sucederá más allá de reconocer que el encuentro de líderes religiosos es una señal para los creyentes, si los participantes no reconocen dos cosas: que tienen apenas una parte de la verdad sobre Dios, y que los demás tambièn la tienen; y que la rligión de los otros es tan verdadera como la propia.
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