jueves, 20 de octubre de 2011

Muerte, destino intuido y trascendencia.

El asunto de la muerte ha sido un problema para los seres humanos.  La negación del destino final de la vida es una constante en muchos grupos humanos. Al mismo tiempo la apertura a una situación de vida posterior a la muerte, se convierte en esperanza de gran cantidad de personas. 

Las tradiciones religiosas construyen una respuesta a la pregunta ¿qué sigue después de la muerte? En todos los casos se trata de respuestas intuidas, de perspectivas abiertas a la incertidumbre, pues los datos que se ofrecen marcan un horizonte que no es posible de comprobar, al menos mientras se está en esta vida. El destino después de la muerte, se convierte entonces en un asunto de esperanza, lo cual es distinto a la certeza.

Cuando se plantea el tema de la muerte en estos términos, algunos creyentes descalifican tales explicaciones por considerarlas poco respetuosas de los procesos de revelación sagrados. Sin embargo, el no se trata de una postura atea, sino de un posicionamiento crítico incluso ante las mismas respuestas que las tradiciones espirituales plantean. 

La observación del devenir de la naturaleza y del cambio de las estaciones, nos llevó en algunas regiones del mundo –particularmente en oriente- a reconocer que todo cambia para volver a iniciar, esta perspectiva del tiempo cíclico permite a algunos explicarse la vida y la muerte como un continuo devenir. El destino intuido es cambiar constantemente, y la trascendencia se explica como una especie de huella para animar  a otros a vivir el cambio, sin oponerse a él.  El culto a los muertos en estas tradiciones no tiene mucho sentido, porque implica distraerse de lo esencial que es la capacidad de vivir el cambio, y de que nuestras células transmigren en un sentido diverso de lo que fuimos en vida. 

En otras regiones del mundo –especialmente en occidente-, la observación del paso del tiempo, llevó a considerar que el tiempo pasado no vuelve, y que cada minuto que pasa, se va definitivamente. Para esta forma de mirar el tiempo, las cosas que hoy son ya no serán mañana. Por lo tanto se debe aprovechar el instante. Carpe diem quam minimum credula postero, decían los antiguos repitiendo a Horacio, lo que puede traducirse sintéticamente como vive o aprovecha el día, y de manera más precisa  como “aprovecha el día, no confíes en el mañana”. Para estos creyentes el tiempo es una fatalidad y al no volver es importante aprovecharlo. La vida futura, en caso de existir depende de la forma como se haya aprovechado este tiempo único. El culto a los muertos en estas tradiciones religiosas está centrado en el reconocimiento de lo que se puede llegar a ser en esta única vida. Las tumbas son mausoleos que mueven al creyente a pensar en las posibilidades de trascender, a partir de la única oportunidad que se tiene de vivir.

Detrás de estas dos formas de pensar la muerte, se encuentra un destino intuido pero indemostrable. Esto no impide que se perciba como un futuro esperanzador. En ambos casos, y sin pronunciarnos por la verdad de ninguna tradición, estas dos miradas sobre la muerte y el destino revelan que el hombre es un ser que se opone a la muerte como destino fatal. Esta acción –rebelarse- se convierte en apertura a la trascendencia, que es algo más que “dejar huella, tener un hijo y plantar un árbol”. Eso es demasiado sencillo. La trascendencia intuida en la muerte es signo de rebeldía frente a la fatalidad del destino que se nos impone. Por eso recordar a los muertos, sea cual sea la tradición espiritual que cada uno asuma, es una acción simbólica que nos hermana en nuestras suposiciones de vida y más vida.

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