La veneración de reliquias había pasado a un segundo o tercer plano después del Concilio Vaticano II. La crítica de la Reforma y de las teologías progresistas, hablaban en algunas de sus observaciones de una especie de mercantilismo en relación con esto que pudiéramos llamar, vestigios de la fe de un creyente. La Edad Media fue el campo donde se dio el debate más fuerte por las reliquias.
Ver, tocar o incluso poseer una reliquia era considerado signo de salvación. Por ello se dieron incluso guerras y la organización de ejércitos para resguardar los restos mortales de un santo. Entre las estrategias de resguardo se encontraba el esconder la tumba del santo para que los habitantes de los pueblos vecinos no las robaran. Eso era una práctica popular común. Con ello se sobredimensionó la importancia de las reliquias. Sin embargo, la misma iglesia fomentó estas prácticas de veneración a los restos de los santos. Un ejemplo casi desconocido para la mayoría de los creyentes, es que en el centro de los altares donde se realiza la consagración, se encuentra una pieza de piedra llamada ara que contiene las reliquias de un santo o mártir, siguiendo la tradición romana de celebrar en las catacumbas sobre las tumbas de los mártires.
El ara del altar era importante porque cumplía distintas funciones: una de ellas era sacralizar el entorno vinculando a los creyentes locales con la Iglesia de Roma. Al estar colocada en el centro del altar, las reliquias recordaban al sacerdote y al creyente que lo que ahí se realizaba era un acto sagrado. Los restos de los santos y mártires eran testigos mudos de esta vinculación de fe. El ara era la conexión con la memoria histórica de los testigos del cristianismo que habían dado su vida por la fe. De esta manera, celebrar sobre las reliquias de los mártires o santos era considerada una forma de vincularse con el ejemplo de vida que estos representaban.
Una práctica común en la edad media respecto a las reliquias era adjudicarles, en algunos casos, obtener la solución de situaciones problemáticas. Por eso venerarlas era sinónimo de atraer la buena voluntad del santo para que intercediera ante Dios; y tenerlas consigo hacía más fuerte el compromiso entre el santo y el creyente. En torno a esta presunción se tejieron leyendas, historias y melodías sagradas. Las reliquias fueron entonces de todo tipo: huesos, sangre, objetos de su martirio y restos del santo eran las más importantes. En un segundo término las reliquias eran los objetos que habían pertenecido al santo: ornamentos, vestuario, libros, muebles; y finalmente aquellos objetos que eran “tocados” a la urna del santo, a su tumba o a sus restos. Esta perspectiva de carácter mágico que implica traer consigo cierto poder sagrado a través de tener un objeto del santo no se ha perdido a pesar de la modernidad. Ahí encuentran su origen muchas críticas que se leen a propósito de la visita de la reliquia de Juan Pablo II.
Dichas críticas giran en torno a tres asuntos: la visión eclesial que está detrás del tour, la exaltación de una piedad con rasgos de idolatría y la visión mágica de la realidad. Por supuesto que en la justificación, emitida por el coordinador de la visita por parte de la Conferencia del Episcopado Mexicano, hay elementos fuertes que explican la inversión económica que se realiza y la visita a 91 diócesis. Sin embargo vale la pena considerar estas críticas. En este artículo se aborda la primera de ellas.
Las reliquias son una reminiscencia de una iglesia organizada piramidalmente , donde lo más sagrado se encuentra en la cúspide –pero no es fácilmente visible- y requiere de una estructura fuerte que permita el contacto con la divinidad. En esta estructura piramidal lo visible es la estructura sacerdotal y ritual que acompaña a las reliquias del Papa: los obispos, las peregrinaciones donde tienen el lugar de honor, los ornamentos usados y la riqueza de los adornos que centran la mirada en la reliquia y la estatua dejando el sagrario a distancia.
Una expresión de esta perspectiva celebrativa que exalta el papel del obispo como director de orquesta, que dirige toda la operación religiosa del traslado, recepción, evocación de la acción del oferente de las reliquias , una de las más cuestionadas, pues puede dejar de lado el sentido motivacional de la presencia de estos restos, para quedarse en el emocionalismo que desplaza el compromiso del creyente con su propia fe. Al parecer la Iglesia debería cuidar estas manifestaciones y el tour de las reliquias para que no se le salga de las manos, como sucedió con las 5 visitas del Papa a México, que dejaron en los creyentes una alta dosis de emoción pero escaso compromiso con su propia fe.
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