Enero de 1979. Apenas terminando secundaria, la primera visita del Papa a México me impresionó de tal manera que venían a mi memoria los acontecimientos vividos unos meses o años antes: todavía estaba fresco el recuerdo del mundial, sabíamos de la matanza de estudiantes, del cambio de la misa en latín al español, y por supuesto, de la muerte de dos papas en menos de tres meses, del Papa Paulo VI y de Juan Pablo II. No estábamos para emociones, y encima teníamos una mas, era para volverse loco: el Papa, el sucesor de Cristo, su Vicario estaba pisando suelo mexicano, y de manera humilde besaba la tierra. Las calles llenas de personas y un Papa cercano que hablaba muy bien el español dejaban a todos con una enorme sonrisa y una convicción fuerte: el Papa quiere a los mexicanos...
A 33 años de distancia de aquella visita que generó una efervescencia religiosa, y que puso a México en los cuernos de la luna del catolicismo, muchas cosas han cambiado. El "México, siempre fiel" continua repitiéndose más como esperanza que como realidad.
Marzo de 2012. Sin duda que las cosas han cambiado. No puedo decir –de manera generalizada- si para bien o para mal, pues depende de dónde se posicione la persona para juzgar, pero de que las cosas han cambiado, no hay duda. Los temas silenciados por años, como la pederastia, el proyecto político de la iglesia en México, los crímenes del fundador de un grupo religioso, el ignorado papel de las mujeres en la iglesia, el interés por la educación religiosa en las escuelas públicas, nada es nuevo, pero lo parece.
En estos días me ha llamado la atención –en la visita de Benedicto XVI- que use el mismo término que durante años se aplicó al marxismo para descalificar al narcotráfico. No dudo que el narcotráfico sea una obra demoniaca, que en su sentido más claro se nos presenta como generador de tentaciones y tensiones, pero no deja de ser preocupante el término. Por otra parte, resulta clara que la agenda política de la iglesia mexicana, ha marcado el sentido de la visita, los temas y las alusiones no dejan lugar a dudas: la educación católica, la responsabilidad de la iglesia para orientar y educar la conciencia moral, la libertad religiosa. Por supuesto, no ha hablado –hasta este momento- de candidatos, políticas públicas o de las leyes a favor del reconocimiento de la diversidad, aunque sean consideradas al interior de la iglesia como un desajuste moral, que atenta contra el argumento de la ley natural.
Sin embargo, en esta visita, donde el papa se reúne más veces con el presidente –tres- que con los obispos –una-, ha aparecido un mensaje del más claro estilo evangélico que no puede pasar de largo, incluidos los obispos y sacerdotes, pues podrían aprender mucho de la simplicidad –que no simpleza ni superficialidad- del mensaje cristiano.
Una sorpresa. En el discurso a los niños, pronunciado por Benedicto XVI, alude a nueve cuestiones. Se trata de un esquema catequético básico pero al mismo tiempo claro, que convendría no perder de vista, incluso por los obispos. Parece el mensaje más claramente pastoral y evangélico:
1. Dios quiere la felicidad de todos
2. Dios nos conoce y nos ama
3. La aceptación de Jesús puede cambiar el corazón humano
4. Cambiar el corazón es el secreto de la felicidad
5. La paz es fruto del cambio del corazón y el deseo de Dios para todos.
6. La tarea cristiana es ser sembrador/mensajero de paz
7. El discípulo responde haciendo/buscando el bien, sirviendo a la unidad.
8. Dios quiere escribir en cada vida una historia de amistad
9. El trato frecuente con Jesús anima siempre, incluso en las situaciones más difíciles.
Este texto podría convertirse en un catecismo básico, y en un modelo de predicación para tantos sacerdotes que generan distancia más que cercanía. Tal vez le haría mayor bien a la iglesia asumir este tipo de mensaje, acorde con su Fundador, que preocuparse en diseñar documentos que pocos leen sobre la manera de votar. Hay muchos tópicos que podríamos tratar, pero ya seguiremos en esto.
Proyecto Diez 25 de marzo, 2012
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