martes, 27 de marzo de 2012

Análisis de la visita de Benedicto XVI. Observatorio Eclesial.

ANALISIS DE REFLEXIÓN:
CONTEXTO POLÍTICO- ELECTORAL Y RELIGIOSO EN EL MARCO DE LA VISITA DE BENEDICTO XVI A MÉXICO

Contexto y pretextos de la visita de Benedicto XVI a México

¿A qué vino el guardián de la Iglesia católica?

En un momento en que es indudable la crisis de la iglesia católica en México y el mundo, el otrora guardián de la ortodoxia católica, hoy cansado guardián de todo el universo católico, se aprestó a visitar tierras mexicanas y caribeñas. ¿A qué vino? O mejor, ¿por qué viene? ¿Qué espera conseguir con este arriesgado y controvertido viaje que, a su vez, toma al país en una de las peores crisis de su historia?

 
Para algunos podría resultar hasta providencial que Benedicto XVI venga a México en tales circunstancias, pues lo miran como el salvador triunfante del cristianismo en un mundo decadente, y en tal caso podría salvar a nuestra nación, como por arte de magia, del abismo sin fondo en el que cae por el profundo deterioro social, político y económico en que la han sumido sus gobernantes. Como si este adusto y poco carismático personaje, que a diferencia de su predecesor, ha demostrado poca (cuando no nula) simpatía por nuestra nación y un evidente desconocimiento de la realidad de nuestro continente latinoamericano y caribeño, pudiera con su sola presencia transformar la realidad de nuestro país.

Aunque él mismo así lo creyera, y no dudo que muchas otras almas ingenuas también, la realidad es otra. Para muchas y muchos otros, la del supremo jerarca de la iglesia católica no es una visita providencial, sino más bien inconveniente, irresponsable y hasta inútil. Inconveniente por las álgidas condiciones de violencia social que hoy vivimos en México, y en las que lo que menos necesitamos son “shows” religiosos mediáticos que permitan a las autoridades políticas y religiosas esconder la inocultable situación de inseguridad que vivimos y a la población creyente evadir su ineludible e impostergable tarea en la construcción de una paz que nazca de la justicia.

Irresponsable también, por el contexto de alta polarización política e igualmente alarmantes índices de pobreza, desigualdad y discriminación que se viven en nuestro país, ante lo cual la visita papal puede, en un sentido, influir negativamente en el proceso electoral inmediato al pretender inclinar la balanza hacia los sectores más conservadores de la política nacional, mediante un discurso religioso que con seguridad vulnerará el de por sí débil marco jurídico mexicano en materia de laicidad, que no sólo señala una clara separación entre la iglesia y el Estado, prohibiendo a aquella realizar actos de proselitismo electoral en sus actos de culto, sino también y sobre todo impulsa la igualdad de todas las personas y creencias ante la ley, así como la no discriminación. Cuando la jerarquía católica, y en este caso su máximo jerarca (además extranjero), intentan imponer en lo público sus particulares y poco fundamentadas concepciones de la moral y la sexualidad, violan la ley; y cuando se pronuncian abiertamente contra la libertad y diversidad real de las familias y las preferencias sexuales, promueven la discriminación y el escarnio, violan la ley civil, y sus propias leyes religiosas que se basan en el amor y la libertad.

Finalmente la visita de Ratzinger a México resulta inútil e insuficiente para las pretensiones de los líderes eclesiásticos católicos de salvar a la iglesia de la crisis en que se encuentra, y que no es sólo estadística (en cuanto al acelerado proceso de descatolización que vive nuestro país) sino sobre todo institucional y ética, debido a la incongruencia entre el discurso y el modus vivendi de la jerarquía católica, pero sobre todo a la profunda y dolorosa herida que representan en su seno los no fortuitos ni insignificantes casos de abuso sexual a menores y mujeres por parte de sacerdotes. Como ha sido evidenciado en países como Estados Unidos, Irlanda, Holanda, entre otros, no se trata de un problema aislado en la iglesia católica, sino que existe de facto una especie de red criminal de protección a pederastas, que permite su proliferación, así como la impunidad e imposibilidad de acceso a la justicia penal por parte de las víctimas.

Esto ha sucedido de manera particular en México, donde se ha probado la responsabilidad penal del arzobispo primado, cardenal Norberto Rivera Carrera, en el encubrimiento, protección y fuga del sacerdote pederasta Nicolás Aguilar, responsable de más de 100 abusos sexuales a menores en México y Estado Unidos. Actualmente Rivera Carrera enfrenta un juicio por estos delitos en una corte federal en California. La sola presencia del papa en tierras mexicanas no borrará automáticamente este y otros tantos delitos de abuso sexual que la jerarquía católica ha querido mantener en la oscuridad, y cuyo caso emblemático ha sido el de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo, menos aún cuando la agenda del obispo de Roma por tierras cristeras ha cerrado la posibilidad a un encuentro con las víctimas del padre Maciel, cuyos casos conocía desde que encabezaba la Congregación para la Doctrina de la Fe en El Vaticano.

A estas alturas, la pregunta que inaugura este artículo no sólo reclama una respuesta abierta y honesta por parte de las altas autoridades políticas y religiosas de nuestro país; su carácter interpelativo expresa también nuestra inconformidad, no complacencia, con el tiempo, forma y fondo de la visita de Benedicto XVI a México. Y es que su primer contacto con la Iglesia mexicana no será este 23 de marzo, se remonta a mediados de la década de los ochenta: cuando aún era el cardenal Joseph Ratzinger, y apenas a unos años de haber sido nombrado guardián del ex-santo oficio, inauguró su oscura carrera de detractor de la teología de liberación ordenando el cierre de los institutos teológicos afines a ella, y a la opción preferencial por los pobres, en casi todos los países de América Latina; de los primeros entre ellos, el Instituto Teológico de Estudios Superiores (ITES), impulsado por la Confederación de Institutos Religiosos de México (CIRM), que fue clausurado en 1985.

Años más tarde, en 1989, Ratzinger ordenará al entonces nuncio apostólico en México, Girolamo Prigione, el cierre del Seminario Regional del Sureste (Seresure), donde se preparaba a los aspirantes al sacerdocio de toda la región pacífico sur del país desde una clara opción eclesial por los marginados y excluidos, los indígenas y la inculturación del evangelio. La orden fue ejecutada por el entonces obispo de Tehuacán Norberto Rivera Carrera, casi al mismo tiempo que protegía al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar. Después, en mayo de 1996, Ratzinger pisará por vez primera[1] tierras mexicanas para reunirse con los obispos de América Latina presentes en el II Encuentro de Presidentes de Comisiones Episcopales para la Doctrina de la Fe en América Latina, en Guadalajara, donde dictará una conferencia sobre la situación actual de la fe y la teología, y afirmará la pérdida de vigencia de la teología de la liberación que él mismo atacó y puso en crisis. Tras este encuentro con los obispos del continente, realizará una visita privada, furtiva[2], a la ciudad de México acompañado de su amigo, y actual Secretario de Estado de El Vaticano, Tarcisio Bertone, para reunirse con Girolamo Prigione, hacer turismo religioso e incluso celebrar misa en la Basílica de Guadalupe. Un año después (1997), el Colegio Máximo de Cristo Rey, de los jesuitas, donde se continuaba la herencia de la teología de la liberación en la formación de los religiosos, correrá con la misma suerte que el ITES y el SERESURE, y la mayoría de sus estudiantes, pertenecientes a diversas congregaciones religiosas, migrarán a la Universidad Pontificia de México. Por esas mismas fechas, los institutos intercongregacionales de formación para religiosas serán intervenidos por la autoridad vaticana, y desmantelados sus programas de formación teológica comprometida con la realidad social y política del país.

En tal contexto, no es de extrañarse que muchas y muchos no reciban a Benedicto XVI con los brazos abiertos, como si el sólo hecho de haber recibido la investidura papal borrara automáticamente todas las deudas que tiene con la Iglesia y los pueblos de México y América Latina, donde sistemática e inmisericordemente combatió a obispos, sacerdotes y comunidades eclesiales comprometidas con las causas de los pobres, como lo demanda el evangelio, y nos legó, en mancuerna con Juan Pablo II, una institución eclesiástica débil, comprometida con nada que no sea ella misma y con acrecentar sus prerrogativas ante los poderes políticos y económicos del país. Es entendible que aún a pesar de ello, muchas y muchos ansíen la visita del papa, para salvar sus futuros políticos, o eclesiásticos, o porque en un país sumido en la ola de violencia y de muerte, todos buscan de qué esperanza, por muy débil que sea, asirse.

Pero es claro también que muchas y muchos creyentes se mantienen al margen de la visita, las mayorías pobres de este país, que tienen que sobrevivir día a día, no tendrán la oportunidad de participar del “show” preparado en vísperas de un proceso electoral que también suma vanas esperanzas para los pueblos. También la gente de iglesia comprometida aún con la liberación de los pobres, a pesar de los ataques frontales que durante décadas han recibido de El Vaticano, mira con ojos distintos la presencia del papa en México, porque no ha olvidado lo que estas visitas representan para la iglesia de las bases, conocen en carne propia la otra cara de la moneda[3]; saben que mientras Juan Pablo II venía a México y a América Latina con los brazos abiertos sembrando esperanza, con sus otros brazos ocultos, los cardenales Joseph Ratzinger y Alfonso López Trujillo (†), cortaba, minaba de raíz esas mismas esperanzas, al combatir la teología de la liberación y a quienes hacían una opción clara y firme por combatir, desde su fe, a las estructuras de poder que empobrecían, asesinaban, desaparecían a los pueblos; cuyas figuras emblemáticas están en los obispos Oscar A. Romero (†), Sergio Méndez Arceo (†), José Llaguno (†), Bartolomé Carrasco (†), Samuel Ruiz (†) y, todavía, Raúl Vera.

¿Por qué ahora habría de esperarse algo distinto? Ante la oleada de descontento por la proximidad de la visita papal con las elecciones federales en el país la jerarquía católica, en voz del secretario de la Comisión de Relaciones Iglesia Estado de la Conferencia del Episcopado Mexicano, ha insistido en el carácter estrictamente pastoral de las visitas papales, como si la primera visita de Juan Pablo II (1979) no hubiera tenido nada que ver con su combate al fantasma del marxismo en la teología de la liberación avalada por los obispos del continente reunidos en su III Conferencia Episcopal en la ciudad de Puebla; como si la segunda (1990) y tercera (1993) no hubieran tenido como objetivo propiciar el restablecimiento y fortalecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano[4]; y como si las subsiguientes visitas (1999 y 2002), fueran sólo el capricho de un viejo papa devoto de Guadalupe y no la ocasión para consolidar en México y el continente una iglesia, un episcopado, desmovilizados, descomprometidos con la realidad social y política de pobreza y corrupción, que es radicalmente opuesta al ideal religioso de salvación que la misma iglesia predica a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965), cuando hace suyas “las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren”.[5]

Si aún fuera el caso que su visita fuera eminentemente pastoral, ¿qué pastoral viene a promover Benedicto XVI? Con duda en su discurso y agenda encontraremos un último signo de arrepentimiento de un papa viejo, que pida perdón a la iglesia latinoamericana y caribeña por tanto mal hecho, que se comprometa con las víctimas de abuso sexual en la iglesia reparando el daño y estableciendo las medidas necesarias para erradicar dicho mal, con la misma fuerza y dureza que ha combatido a la teología de la liberación o el aborto o la homosexualidad; no encontraremos seguramente un Ratzinger que respete el estado laico y sea capaz de denunciar proféticamente las causas reales de la pobreza en nuestro continente, que es la voracidad de los ricos y poderosos, casualmente todos ellos gente muy religiosa y/o católica.

No, lo que encontraremos en sus discursos, alusiones, acciones, es la ratificación de una agenda moral y política muy clara, que él mismo dejó entrever en su homilía del 12 de diciembre pasado, donde afirma que si América Latina quiere emerger con protagonismo propio en el concierto mundial debe primero apostar por la defensa de una cultura de la vida [desde la concepción hasta la muerte natural], la defensa y promoción de la verdad y belleza del matrimonio [entre hombre y mujer] y la familia [formada por papá, mamá e hijos], la superación del déficit educativo [mediante la enseñanza de la religión en las escuelas públicas] y del déficit de las instituciones políticas [eliminando el Estado laico], y la lucha por una mayor equidad social.[6]
Queda claro que no es una visita sólo pastoral; que hay profundos intereses políticos, que no viene sólo como papa, sino también como jefe de Estado, tal y como lo afirmó en rueda de prensa el propio obispo Carlos Aguiar Retes, presidente tanto de la Conferencia del Episcopado Mexicano, como del Consejo Episcopal Latinoamericano, desmintiendo sin darse cuenta a su mismo vocero de relaciones Iglesia-Estado.[7]

 
Hay implicaciones políticas, electorales, económicas, pastorales en juego. Y una agenda internacional que El Vaticano quiere ver impuesta a toda costa en México y a lo que la visita pretenderá coadyuvar, según han señalado los especialistas de las religiones en nuestro país[8], y cuya antesala ha sido la aprobación en la cámara baja, de una reforma al artículo 24 constitucional, que busca impulsar una particular comprensión de la libertad religiosa, como el instrumento para que la jerarquía católica pueda obtener mayores privilegios de los que ya goza, de facto, en nuestro país.[9] Lo que está aún por valorarse, es si este papa tendrá la misma fuerza, capacidades diplomáticas y sobre todo tiempo, para continuar el legado de su antecesor.
Cuando un papa de salud frágil, que precisamente por ser esa debilidad física signo del fin de su pontificado enfrenta además una crisis de gobernabilidad en la curia vaticana, decide venir a nuestro país, es natural abrigar razones poderosas para temer una embestida que atente no sólo contra nuestras leyes fundamentales, sino asimismo contra nuestras culturas y religiosidades autóctonas, contra la diversidad religiosa cada vez más patente en México, contra los derechos de las mujeres y las minorías sexuales, contra una iglesia libre y comprometida.
En tal contexto y pretextos, no podemos sino exigir trasparencia y honestidad a una iglesia institucional desprestigiada, sin calidad moral, cada vez con menos influencia en su feligresía y en la sociedad; es también un llamado a esa misma cúpula eclesiástica a poner en práctica lo que pregonan precisamente en este tiempo que llaman la cuaresma: el arrepentimiento de sus faltas, la confesión pública de las mismas y la conversión, que aplica cuando es posible la reparación del daño hecho.
A Benedicto XVI le decimos que, ante la desgarradora situación que vive el país, ojalá su mensaje sea de paz, claro y firme, que sea capaz de sacar a la jerarquía católica mexicana del silencio ominoso y cómplice ante la violencia que vive el país, cuando en todo este tiempo no se ha preocupado por los estragos de la violencia en la población, y sólo ahora, ante la inminente visita papal, llama a los cárteles a una tregua, a respetar la visita papal.

Ojalá su mensaje sea también de justicia social, donde primen los intereses de los pobres y no de los poderosos, de tal modo que motive a las iglesias católicas a asumir un compromiso renovado por “trabajar públicamente por la justicia, la verdad y el amor en el camino de la no-violencia y la resistencia civil pacífica”, colocando por delante de sus acciones “la defensa del oprimido y de las víctimas de la violencia en nuestro país, como sujetos activos de transformación”.[10]

Domingo, 4 de marzo de 2012
® Observatorio Eclesial

[1] ¿Y última? Es esta la única visita anterior que hemos podido rastrear del actual papa a nuestro país.
[2] Y breve, pues por prescripción médica no debía, ni debe visitar lugares altos. Esta es la razón esgrimida para explicar que su visita no será en Ciudad de México, sino Guanajuato; aunque no resulta satisfactoria del todo.
[3] Y no nos referimos únicamente al costo económico que las visitas representan para el pueblo mexicano y para la feligresía católica, ni sólo al enriquecimiento propio que de ellas hacen grandes empresarios, gobiernos y jerarquía católica, lo cual sin embargo ya sería lo suficientemente inmoral para rechazar la visita papal; bastando para ello un ejemplo: el del gobierno estatal que, según cifras oficiales ha invertido 8 millones de pesos en infraestructura de la visita, pero espera recuperar más de treinta en cuotas por acampado, venta de comida y estacionamiento a los peregrinos. En el mismo sentido, ya las últimas visitas de Juan Pablo II pusieron en la palestra pública los beneficios económicos obtenidos (o perseguidos) por la jerarquía católica, al hacerse de muchos patrocinadores, usar mano de obra gratuita para las actividades (su propia feligresía), así como el empleo mismo de recursos públicos. Por ello no puede resultar más que sorprendente que en esta visita papal, sólo haya tres patrocinadores “oficiales”: Bimbo, Chrysler, Aeroméxico, según aparecen en la web oficial del Episcopado Mexicano.
[4] Y como si, este año, no se cumplieran precisamente 20 años de dicho restablecimiento diplomático.
[5] Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” sobre la Iglesia en el Mundo Actual, n. 1.
[6] Citado por el Secretario de la Comisión Pontifica para América Latina, prof. Guzmán Carriquiry, en Radio Vaticana, 2012-01-22. Lo dicho entre corchetes son nuestros, como una explicitación de la agenda política de la Iglesia católica, tal y como la ha impulsado públicamente. v. infra.
[7] Rodrigo Vera, “Toca a Presidencia repartir invitaciones para ver al Papa: CEM”, en Proceso, 31 de enero de 2012.
[8] “Masferrer Kan indica que a pesar de que la Conferencia del Episcopado Mexicano ha reiterado hasta el cansancio que la visita del Pontífice tiene objetivos pastorales, su llegada parece meticulosamente pensada para tratar de influir en el voto de los sectores más conservadores. Para el experto en religiones, el PAN negoció una visita papal en pleno proceso electoral en un intento por mantener el control del gobierno; mientras que la Iglesia Católica la aceptó para evitar la pérdida de más fieles.” (Reforma, 29 de Enero del 2012)
“Roberto Velázquez Nieto, investigador del Archivo Secreto Vaticano y especialista en la relación diplomática entre ambos Estados, asegura: ‘Entre estas libertades el acuerdo incluirá la instrucción religiosa en las escuelas públicas, la creación de una partida presupuestal para apoyar económicamente al clero, la creación de una diócesis exclusiva para las Fuerzas Armadas mexicanas y, por último, el permiso para que la Iglesia pueda poseer medios de comunicación masiva’.” (Proceso, 28 de enero de 2012)
[9] Estos privilegios tiene que ver con la posibilidad de imponer su agenda moral en lo público, vulnerar las leyes, alterar el orden de la sociedad, violar los derechos humanos al interior de la iglesia; sin que haya consecuencias jurídicas, ni castigo.
[10] Posicionamiento público de las iglesias por una paz con justicia y dignidad, 12 de septiembre de 2011, http://iglesiasporlapaz.blogspot.com/

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