martes, 7 de febrero de 2012

El rey ha muerto, ¿viva el rey?

“El rey ha muerto, viva el rey” es una formulación antigua que se usaba en Francia y en Inglaterra, para señalar la permanencia de la monarquía a la muerte del rey en turno, y señalar al mismo tiempo el advenimiento del sucesor.

La expresión implica una afirmación, pero en el caso de la sucesión en el Arzobispado, no parece haber tal certeza, por eso, ante el activismo de Juan Sandoval y la escasa presencia –al menos hasta este momento- del Cardenal Robles Ortega, la frase puede adquirir un nuevo sentido “El rey ha muerto, ¿viva el rey?”

La figura fuerte hasta este momento, sigue siendo Sandoval, incluso algunos miembros del presbiterio y laicos suponen que seguirá tratando de dirigir. Pero es importante ubicar con precisión los datos. El Cardenal Sandoval, de acuerdo al Código de Derecho Canónico, dejó la responsabilidad de administrar la arquidiócesis. En ese sentido, y como dice un presbítero amigo, será un rey sin corona. Pero ahora lo importante es ¿qué debe hacer el sucesor?

De acuerdo con el Derecho Canónico, y más allá de las funciones de administrar los recursos, es importante señalar algunas actitudes que se indican en el Canon 383, que señala que el obispo debe mostrarse solícito con todos los fieles, incluidos los que se hayan apartado de la práctica de la religión. Además, si hay fieles de otro rito, debe proveer de ministros; por otra parte, debe mostrarse humano y caritativo con los hermanos que no estén en plena comunión con la Iglesia católica, -lo que implica no insultarles y descalificarles- fomentando el ecumenismo.

Es fundamental que el obispo sea testigo ante los hombres –bautizados o no- de la práctica de Jesús. Por lo que en la realización de su trabajo apostólico, -de acuerdo con el canon 384- debe oír a los presbíteros como a sus cooperadores y consejeros. Es decir, el obispo, no tiene la posesión de la verdad por el hecho mismo del nombramiento.

El canon 385 indica que la actividad pastoral no se realiza solo por parte del Arzobispo, sino de diversos ministerios laicales, y de la vida religiosa. Esto implica que debe establecer equipos de trabajo sólidos y plurales, donde se reconozca el aporte de cada miembro. El modelo de iglesia que proponga el nuevo Arzobispo será construido a partir de estas decisiones.

Otra actitud en el Arzobispo, tal vez una de las fundamentales, señalada por el Canon 386, tiene que ver con la predicación frecuente de la fe cristiana. Lo particularmente notable es el señalamiento de dos cuestiones: presentar y defender la totalidad de la fe; pero además reconocer la libertad de investigar más profundamente la verdad.

Lo importante en la tarea episcopal, no es defender a tal o cual candidato, indicar que los grupos que no pertenecen al catolicismo “no tienen madre”, o acusar a un partido político diciendo que son “hijos de las tinieblas”. Menos importante será levantar santuarios, o aprender los deportes que no se enseñan en el seminario. Será más importante reconocer a los hermanos en la fe y permitirles usar los templos, que cerrarles toda posibilidad de celebrar los sacramentos en espacios dignos, como sucedió con los ortodoxos.


La tarea, dicho de manera breve, es la que tuvo la familia de Nazaret al cuidar a Jesús: acompañarlo y ayudarlo a crecer en edad, gracia y sabiduría. Este es el parámetro que establece el canon 387 para valorar las acciones del nuevo Arzobispo de Guadalajara.

El lema en el escudo de Robles Ortega indica que le interesa caminar en este sentido: In simplicitate fidei, “en la simplicidad de la fe”. Lo cierto es que se ha de estar atentos, pues el antecesor utilizo como lema la expresión “servus” y actuó como “Dominus”.

Publicado en Proyecto Diez 7 de febrero, 2012

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