“Hay unos cinco o seis casos en este año aquí en la diócesis,
entre mil 100 sacerdotes diocesanos que hay, de manera que el porcentaje es bajo”.
Sandoval Iñiguez
Usar criterios estadísticos, para explicar la pederastia de algunos sacerdotes en la Arquidiócesis de Guadalajara parece un esfuerzo por minimizar la situación, al mismo tiempo que dar un tratamiento antievangélico al asunto. Los criterios estadísticos no son legales y mucho menos evangélicos. Tampoco se puede decir que la sociedad tapatía y los creyentes católicos deben estar tranquilos porque seis casos apenas representan el 0.55% del clero de la Arquidiócesis.
Para hacer creíble el discurso de la Iglesia se requiere de acciones más fuertes, y no sólo un proceso de rehabilitación a partir de una terapia psicológica en los espacios que se tienen para ello, o de inhabilitar al sacerdote para ejercer el ministerio. En el más puro estilo teológico tradicional al que la Arquidiócesis aprecia y parece estar acostumbrada, han de aplicarse consecuencias en clave evangélica y no estadística.
La clave evangélica para actuar está al menos en tres cuestiones: primero, en la denuncia ante las autoridades civiles, pues no hacerlo implica crear una situación de excepción, al establecer una especie de fuero sacerdotal donde no se sabe quién es el delincuente. La segunda acción evangélica es la reparación del daño, en los distintos ámbitos, el de la persona dañada inicialmente, el de los familiares que se enfrentan al dilema de denunciar o silenciar el asunto por prejuicios de conciencia o alguna otra razón, y la reparación del daño a la comunidad de creyentes que nunca se enteran de lo que en realidad ocurre con sus sacerdotes, pues la práctica "para evitar el escándalo" es cambiarlos de lugar y templo. La tercera acción evangélica está en la revisión de los procesos formativos de los seminaristas. La comunidad de creyentes requiere saber qué se les enseña a los futuros sacerdotes, cómo se les evalúa, debido a qué características se les promueve. Esto implica que la gran mayoría de los creyentes, es decir, los laicos, digan una palabra sobre la pertinencia o no de la ordenación de sus ministros.
Esta es en principio una situación utópica que implicaría la transformación del modelo de Iglesia de carácter vertical en uno horizontal, al estilo de la práctica primitiva. De no hacerlo, la pregunta que se realiza en la presentación de los candidatos a recibir el ministerio sacerdotal ¿"sabes si es digno"?, continuará como una pregunta con una respuesta sin contenido o al menos discrecional. El balón está en la cancha del Cardenal.
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