La Iglesia de Guadalajara ha publicado un boletín de prensa que aunque reconoce la lectura de la Carta de Benedicto XVI a la Iglesia de Irlanda, no parece haberla leído bien. Se trata de un escrito suave que sigue la postura de diluir los problemas cuando son al interior de la institución. Las razones para sostener esto son tres. La primera razón es que la Iglesia tapatía se acoge a la legislación mexicana que no obliga a los obispos a denunciar a los sacerdotes delincuentes ante las autoridades. Resulta extraño que la Iglesia se acoja a la legislación cuando en otras ocasiones ha criticado a la misma, y ahora la ponga por encima del Evangelio.
La segunda razón es que para no dar espectáculo decide no dar los nombres de los delincuentes. Este argumento de "no dar espectáculo" no es tampoco evangélico pues genera encubrimiento. Además, los creyentes tienen derecho a saber quiénes son los delincuentes pues de no suceder esto, se corre el riesgo de que estén más cerca de lo que la prudencia aconseja, incluso en una parroquia de los alrededores.
Y la tercera razón es que el comunicado no focaliza el punto de complicación en los seminarios. El asunto es grave porque a la arquidiócesis se le olvida el asunto de revisar la formación para la vida sacerdotal a la que alude Benedicto XVI, pues ahí es donde se debe detectar a los que en el futuro serán ministros indignos, pero que son promovidos a la ordenación -como dice un amigo- únicamente por ser varones, guardar las formas y ser obedientes, aunque no tengan la idoneidad para el servicio al altar y a la comunidad de creyentes que requiere de animadores que sean testigos de humanidad.
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