miércoles, 30 de octubre de 2013

Ignacio Larrañaga regresa al Padre



In memoriam

Era los inicios de la década de los ochenta cuando escuché por primera vez al P. Larrañaga.  A partir de ahí, su sistema de oración y sus textos se volvieron un referente constante en mi proceso formativo.

Los primeros textos que leí de él fueron Sube conmigo, que bajo la argumentación para los que viven en común, mostraba la complejidad de construir la vida religiosa comunitaria, pero abierto siempre a la configuración de una convivencia centrada en la propuesta del Nazareno. Más adelante El silencio de María, permitió reconocer las consecuencias del hágase de esta mujer, que entra en la historia humana como la que reconoce que el Señor ha hecho en ella maravillas, cuando sólo es la esclava del Señor. 


Más tarde, Muéstrame tu rostro, pasó a formar parte de los mejores textos para explicarme, en ese momento la intimidad con el absolutamente Otro. Al mismo tiempo, la realización de los talleres de oración permitieron reconocer -a través del audio- la voz que después tuvo cara. 



En la casa de formación donde moraba, se sabía que Larrañaga era un fraile capuchino, un hermano de la reforma franciscana que se caracterizó por la búsqueda de volver a las fuentes, tal como lo señalaba el Concilio. 
Nunca lo vi con el hábito capuchino, ligeramente diferente al de los franciscanos observantes, y sin embargo, la TAU siempre formó parte de su indumentaria, tal como lo asumieron los capuchinos al inculturarse. Era apenas una señal, un vestigio que dejaba paso a la pregunta y que permitía señalar el horizonte de sentido. Cuando le conocí, me quedó claro que la clave del franciscanismo es la referencia cristológica.

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