Las
reacciones ante la elección del nuevo pontífice no han dejado de circular en
las redes, señalando perspectivas diversas. ¿Quién tiene la razón? En estos
momentos hacer una valoración serena, no es fácil, sobre todo cuando los ánimos
no parecen estar en el justo medio sino en las polaridades.
Hace
unos días publiqué en Proyecto Diez, que el candidato que veía con más fuerza
era precisamente al jesuita que gusta ser llamado “Padre Bergoglio”. No me equivoqué, y espero que mi comentario
de hoy permita situar –al menos en parte- las perspectivas sobre el nuevo Papa.
De
Bergoglio se dicen muchas cosas, desde quienes lo identifican como colaboracionista
con el militarismo, hasta quienes opinan que no tuvo nada que ver con el
asunto, y que más bien se trató de un sacerdote que guardó una postura
silenciosa y no tomó partido por la lucha frontal contra las violaciones a los
derechos humanos.
Por
otra parte, destaca su perfil sencillo, al grado de usar el transporte público,
responder las llamadas telefónicas directamente, preparar su comida, y vivir en
una habitación anexa a la catedral, y no en un palacio episcopal, como lo hace
la mayoría. Es un hombre preocupado por la oración y la cercanía con sus
feligreses. A otros les preocupa lo que señalan como perfil conservador, por su
oposición a los matrimonios gay y al aborto.
En este sentido destacan las confrontaciones que por estos motivos, y la
expansión de la pobreza, ha tenido con los dos últimos presidentes de
Argentina.
Se
trata pues de un hombre, al que desde hace ocho años ya se le había considerado
como posible sucesor de Pedro. De esta forma, su elección no es una sorpresa.
Pero más allá de los planteamientos que he señalado, ¿quién es Francisco I y
qué se puede esperar de él?
En
principio se trata de un hombre que a diferencia de sus antecesores cercanos, no
procede del clero diocesano sino del
clero religioso. Este solo hecho marca una diferencia, pues su formación ha
pasado por procesos de vida distintos a los que ordinariamente se viven en los seminarios
diocesanos. Procede de la Compañía de Jesús, una orden religiosa que tiene como
eje clave de su espiritualidad el discernimiento, y como señal de su identidad,
-le ha enseñado en las Normas Complementarias n. 252-, que “Nuestro servicio a
la Iglesia sólo será verdaderamente cristiano si está anclado en la fidelidad a
Aquel que hace nuevas todas las cosas; y sólo será jesuítico si está unido con
el sucesor de Pedro”. Es decir, por opción y formación sabe cuál es el centro
de la vida cristiana, y el vínculo con la sede de Pedro. Por otra parte, hay
señales de su cercanía espiritual con la figura de Francisco de Asís, de quien
toma su nombre: la moderación, la pobreza y la simplicidad, traducida en la
fraternidad y la minoridad. Se trata de la convergencia de dos perspectivas: la
del discernimiento, y la de “la reconstrucción de la Iglesia que amenaza
ruina”, tal como lo descubrió Francisco al pensar su misión.
Moderado,
parece una palabra más clara para definir entonces a este sucesor de Benedicto
XVI. No se trata de la fuerza demoledora de los cambios revolucionarios, sino
de la reconstrucción de la Iglesia buscando no perder lo bien hecho, y de
allegarse elementos nuevos, para que el edificio quede en pie. Muchos podrían
desear cambios inmediatamente, condenas y rupturas. No se percibe que vaya a
ser la tendencia inicial, pero parece que Francisco I tiene claro que su tarea
es la reconstrucción de la Iglesia. Así lo ha dejado entrever en varios
símbolos que acompañaron su primer saludo. Si en política, la forma es fondo,
lo mismo sucede en la Iglesia. El mensaje de Francisco I, comienza preocupado
por la cercanía que expresa con un saludo, “hermanos, hermanas, buenas noches”
y termina con un “descansen bien”. Parece una cuestión simple pero es expresión
de cordialidad.
La
segunda señal, es la vestimenta sin la estola, hasta que uno de sus asistentes
la coloca para la bendición. Y dado que la estola es el símbolo de la autoridad
sacerdotal por excelencia, Francisco I se presenta sin esta señal de autoridad,
lo que no significa que la desconozca, pero puede expresar un modo de proceder
que acompañará este pontificado. La tercera señal y más importante, es que indica
el camino de la iglesia en términos de evangelización, y para que esto ocurra
se requiere volver a las fuentes, a la
de la fraternidad, el amor y la fe, tres palabras que acompañaron su idea de
evangelización.
La
percepción de quienes conocen a Francisco I, es que es un hombre que profundiza
en las cosas, por ello no ha sido casual que opte por el nombre de Francisco,
pues expresa la claridad de la tarea reformista que requiere la Iglesia.
Por
supuesto que no se han de olvidar los calificativos de conservador que se le
atribuyen, pero ¿quién de los cardenales no lo era? Un análisis reposado,
permite observar que hay cosas que no cambiarán en la vida de la iglesia, como
su idea del matrimonio o el aborto. Se trata de asuntos que no se pondrán en la
mesa de la discusión, más que por conservadurismo, por cuestiones de tipo
teológico. En este sentido es importante saberlo, para ubicar las cosas. Del
tema del aborto y los matrimonios homosexuales no se harán cambios; y sin
embargo el mensaje que deja entrever el símbolo del nombre, Francisco, indica
que habrá una transformación. Los temas son de sobra conocidos, similares en
cierta medida a la crisis que vivía la Iglesia en 1206 cuando Francisco de Asís
recibió el mandato: “Ve y repara mi casa que amenaza ruina”.
Un
análisis reposado de estos elementos vendrá con los días, cuando se escuche su
mensaje el martes en la misa de inicio del pontificado, y en los movimientos
que realice en la Curia Romana. Se trata de un Papa con un perfil más cercano a
los movimientos mendicantes de la edad media, que al de los altos vuelos
intelectuales, aunque pudiera tenerlos. La
transformación vendrá en términos de una evangelización que impulse la
fraternidad, la reconstrucción de los lazos perdidos, y la reconstrucción de
una iglesia en ruinas.
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