En esta ocasión, quiero pensar de nuevo en la Navidad. Navidad es la fiesta del hombre Jesús, hijo de Dios. Para el creyente del cristianismo, Dios establece una alianza con el género humano a través de la encarnación de Jesús.
Hace unos días me preguntaban en un programa de radio si el nacimiento de Jesús se parecía al nacimiento de otros dioses. En mi opinión la respuesta no puede ser tan simple. Encuentro una distancia abismal entre otras encarnaciones de Dios como las procedentes de las narraciones hindúes, griegas o egipcias con respecto al nacimiento de Jesús. En todas ellas, Dios se presenta como un avatar o interesado de la vida de los hombres, pero no de los más débiles. Tales encarnaciones son para las clases poderosas. Por otro lado, la gran diferencia es que Jesús no sólo se encarna biológicamente sino que decide incorporarse en un grupo social, el de los anawin o pobres de Yavé.
Esto indica una especie de anonadamiento de la categoría divina que acerca a Dios al hombre y permite reconocer que la condición humana es perfectible a su máxima capacidad: a imagen de Dios.
Nota: la imagen que ilustra esta entrada se encuentra en Familia Franciscana Internacional
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