La Exhortación Apostólica
Querida Amazonía se ha presentado sin
mayores novedades, donde en esta ocasión no caben los ajustes a soto voce que gustan al Papa. La
imagen que mejor describe la Exhortación Querida
Amazonía, es la del café descafeinado con leche deslactosada, que no es
café ni leche 100% puros, densos, fuertes. Hace siete años, el Papa Benedicto
XVI renunció y con ello, ascendió a la sede de Pedro el Cardenal Bergoglio que
tomó el nombre de Francisco. Muchos miraron con enorme alegría la llegada de un
latinoamericano al Vaticano, en el extremo estaban los que sospechaban de él.
En medio quedamos los que pensamos que había que mirar a Francisco con
esperanza discreta. Ni campanas al vuelo ni ropajes de luto… esperanza
discreta, porque ser jesuita, ser latinoamericano, andar en camiones, llamar
directamente por teléfono, usar zapatos negros o preparar su propia comida no implicaban
–necesariamente- cambios en una mentalidad formada en la Tradición y el Magisterio,
que le otorga al Papa una especie de coraza frente al mundo.
Los datos que se conocen
de la situación de la Iglesia, plantean si no una debacle, sí una crisis
institucional que afecta distintos frentes: la pastoral, la moral de corte
religioso, las finanzas, el ejercicio de autoridad, el servicio pastoral; al
mismo tiempo grandes problemas han salido a la luz pública: la pederastia, los
círculos de poder en la Curia Romana y en las diócesis, el abuso a las mujeres
religiosas y laicas, así como el papel secundario de ellas y la marginación dentro
de la estructura eclesial, la negación del acceso al sacerdocio, la carencia de
sacerdotes, entre muchos temas. Una actitud fuerte del Papa atendería estos
asuntos con un giro de timón que Francisco no está dispuesto a dar. Fiel a su
tradición de rescatar lo posible del otro, va –en el mejor de los casos- lentamente.
Demasiado lento para muchos. Pero la Exhortación
Apostólica Querida Amazonía muestra a un Francisco aletargado que prefiere
hablar de sueños, que no escucha a la
iglesia reunida en Sínodo y que descalifica sus propuestas innovadoras. También
permite ver a un Papa al que le han ganado los tradicionalistas.
La actitud de Francisco
de abrir pequeños resquicios, -incluso en las notas explicativas de sus
documentos como sucedió con Amoris
laetitia- no permite abordar los problemas de gestión de la Iglesia de
manera fuerte, por eso la imagen del café descafeinado con leche deslactosada
se le puede aplicar; pues en esta Exhortación no abre resquicios, al contrario,
se dedica a poner límites a cada propuesta, así por ejemplo, niega la
ordenación de diaconisas señalando que se corre el riesgo de claricalizar a las
mujeres, se niega a ordenar varones casados sin dar razones, no permite un rito
amazónico porque habla de respetar la cultura.
Durante siglos la Iglesia
ha entregado sus mensajes de manera directa: encíclicas, códigos, declaraciones
forman parte del núcleo duro de enseñanzas que, durante siglos, se han expuesto
como verdades inamovibles –entre ellas el celibato y la ordenación sólo de
varones-, llegando a descalificar a quien piense distinto. Una postura fuerte
en la gestión al interior de la Iglesia no puede darse abriendo resquicios, como
esa idea que presenta en el documento donde señala “aliento a todos a avanzar
en caminos concretos que permitan transformar la realidad de la Amazonia y liberarla
de los males que la aquejan” (n. 111). Ante ello, no se puede menos que
preguntar ¿acaso los participantes en el Sínodo no habían señalado caminos
concretos para transformar la Amazonía? Da la impresión de que, aunque estuvo
presente en las sesiones, el Papa no escuchó y menos leyó el Documento
Conclusivo del Sínodo, pues la Exhortación dice lo contrario. Es como la
reedición de aquel sínodo donde se discutió sobre los anticonceptivos y terminó
en un documento como la Humanae vitae,
al margen de las discusiones para corregir la plana a los padres sinodales.
El esquema de documento,
con los sueños de Francisco sobre la Amazonía, tiene un claro marco para su lectura
con varias claves. La primera se encuentra al inicio y la última al final, en
ellas plantea su posición ante las Conclusiones del Sínodo:
“Con esta Exhortación
quiero expresar las resonancias que ha provocado en mí este camino de diálogo y
discernimiento. No desarrollaré aquí todas las cuestiones abundantemente
expuestas en el Documento conclusivo. No pretendo ni reemplazarlo ni repetirlo”
(n. 1). “He preferido no citar ese Documento en esta Exhortación, porque invito
a leerlo íntegramente” (n. 3)… “Después de compartir algunos sueños, aliento a
todos a avanzar en caminos concretos que permitan transformar la realidad de la
Amazonia y liberarla de los males que la aquejan” (n. 111).
Tal vez el único
resquicio se encuentra en el número 4 de la Exhortación: “Dios quiera que toda
la Iglesia se deje enriquecer e interpelar por ese trabajo, que los pastores,
consagrados, consagradas y fieles laicos de la Amazonia se empeñen en su
aplicación”.
Pero, aunque sea un
resquicio es una posición débil porque traslada a los obispos la decisión que
implementen para atender las necesidades pastorales y al final el Papa no toma
posición, cuando lo que se requiere es posicionamiento. Esto lo sitúa en la
ambigüedad al querer quedar bien con todos sin tomar una posición clara. Dos
características que marcan el Papado de Francisco: debilidad con apariencia de
fortaleza y ambigüedad con cariz de reformador. Un Papa que ofrece café descafeinado
con leche deslactosada, algo que no tiene el sabor de la radicalidad de Jesús.
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