Los próximos días -del 23 al 26 de enero- se realizará la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Se trata de un evento que medido en términos humanos está entrando en su cuarta década. Ha alcanzado la mayoría de edad y se perfila como un adulto, todavía joven, que empieza a tomar medicamentos para controlar algunos desajustes.
Las JMJ se han convertido en el escenario de encuentro masivo internacional de la Iglesia católica con los jóvenes. La asistencia ha sido variada, desde los 300 000 en el incio, hasta 5 millones en 1995 en el encuentro de Filipinas. En el papado de Francisco la asistencia 3 700 000 en 2013 en Río de Janeiro, y 3 500 000 en Cracovia en 2016. Este año se prevé una disminución en la asistencia.
Para muchos analistas, entre ellos Elio Masferrer, la iglesia está perdiendo credibilidad ante los jóvenes debido a la crisis institucional que vive. Sin dejar de reconocer el valor de los datos duros que ofrece, el riesgo de un análisis de corte sólo antropológico o sociológico, implica un límite en la interpretación. Los datos duros son un insumo para pensar y eventualmente tomar decisiones, pero no son los únicos. Esta ha sido mi crítica a los estudios religiosos que no se abren a otros marcos interpretativos.
Cuando se analizan los datos duros a la luz de la fe y de la reflexión que brota de la misma, estos se convierten en datos pastorales que se han de interpretar a la luz de la reflexión teológico-pastoral. Atenerse sólo a los datos duros implica declarar la muerte de la iglesia, una cuestión que ya tiene dos mil años fallando. No se trata de defender en este texto a la iglesia, sino de plantear que existen otras formas de interpretar los datos. Cuando se reconocen los datos duros la teología pastoral se hace cargo de pensar a iglesia en situación de pecado, y en una parte de sus clérigos en situación de delito. ¿Qué hacer ante la situación de delito? es una cuestión mucho menos compleja de atender porque se somete a los delincuentes (pederastas, corruptos, etc) a las leyes civiles. Poco a poco se van conociendo casos -particularmente aquellos asociados a la pederastia- donde el sacerdote es juzgado por tribunales civiles. Nada más adecuado.
Lo más complejo es que la iglesia se reconozca en situación de pecado, muchas veces generada por la sacralización de normas, mandamientos, teologías, prácticas pastorales, que tuvieron su valor en un tiempo pero que deben movilizarse. La sacralización de un modelo de iglesia derivó en el ejercicio del poder de manera asimétrica, lo cual se convierte en piedra de choque de la institución.
Aquí está una oportunidad de la iglesia, no sólo reconocer las conductas delictivas y actuar en consecuencia; sino enfrentar la situación de pecado estructural dentro de la misma. Así, si asisten más o menos jóvenes a las JMJ u otro tipo de reuniones no es lo más importante, aunque sea deseable para la institución. Lo central son los cambios, ajustes y decisiones que se tomen, junto con ellos, para repensar la iglesia. Ante los datos duros combinados con la reflexión teológico-pastoral, cabe preguntarse si tal vez está llegando el tiempo de que la iglesia disminuya para recuperar el mensaje original. Esto en vez de leerse como una debacle, podría ser interpretado como un signo positivo, así que si hay menos católicos pero con mayor compromiso, bienvenido este escenario.
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