Estos días se realizan cuatro festividades de índole distinta: las fiestas de San Judas, Halloween, la memoria de todos los santos y la de los fieles difuntos. Todas ellas tienen en común que giran en torno a la precariedad de la vida, aunque sean cuestiones que se presentan de manera festiva.
El 28 de octubre, se celebró a San Juditas -como dicen algunos creyentes de a pie-, el santo de las causas difíciles y desesperadas. No sabemos con precisión de donde le viene eso de ser responsable de hacer milagros a quien siente está en el momento más crítico, pero ya sea porque pedir favores sea motivaste para el que cree, o porque el santo en verdad los realice, una multitud de creyentes se acerca a él. Esto refleja por un lado la dependencia de los creyentes hacia las figuras santas para solicitarles su favor, y el deseo de romper el rumbo de los acontecimientos, y en ocasiones las leyes de la naturaleza. Se trata de una situación muy compleja que el catolicismo popular mantiene con firmeza, aunque institucionalmente los sacerdotes retiren constantemente las cadenas de oración de los pies de las imágenes, que propician una religiosidad intimista y mágica, sin embargo al parecer, mientras no haya una formación religiosa mas allá de la moralización, las cosas no parece que cambiarán.
El segundo asunto es la fiesta de Halloween. Para muchos, se trata de una fiesta satánica que rinde culto al mal. En sus orígenes la celebración hace eco de la llegada del otoño y de la disminución de la fuerza del sol, con lo que se entra en una etapa de oscuridad. Es una fiesta que reconoce las circunstancias del ciclo de la vida. En las sociedades agrícolas, el tiempo, el sol, la luminosidad resultan imprescindibles para la vida, en tanto que la oscuridad, el frío y el silencio, son condiciones para que la vida se aleje o al menos tienda a replegarse. La fiesta de Halloween, más allá de cuestiones satánicas es un reconocimiento de la precariedad de la vida y de su anhelo.
La tercera celebración es la fiesta de todos los santos. Esta surge en la tradición católica como una celebración que quiere hacer justicia a todos aquellos bautizados que no han alcanzado el reconocimiento de los altares, y que son una especie de santos anónimos. En México, en ese afán moralizaste y maniqueo, que ve el ejercicio de la sexualidad como pecado, se suele identificar a los santos del primero de noviembre con los niños, a los que en algunas zonas se les llama eufemísticamente “angelitos”. Sin embargo, la tradición católica litúrgica no entiende esto, sino que celebra a aquellos cristianos anónimos que han alcanzado la visión beatifica. Nada tiene que ver con la idea del “regreso de las almas a comer y convivir”, aunque la tradición se imponga en la dirección contraria.
La ultima celebración de los fieles difuntos, nos pone al menos un día del año en la perspectiva de la propia muerte, al recordar a los seres queridos. Nuevamente la tradición litúrgica reserva este día para todos aquellos que han muerto y están esperando la remisión total de su pena en un lugar de purificación antes de ir a la gloria. Estas cuatro fiestas, nos ponen en la perspectiva por el futuro, y activan nuestros imaginarios sobre la vida que llega a su fin, y ante quien mas o quien menos, se resiste a vivir en carne propia. Se trata de celebraciones antropológicas con una enorme carga de significado sobre la vida y su capacidad de recrearse continuamente.
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