martes, 6 de septiembre de 2011

Sobre el asunto de la ética sabemos muchas cosas...

Sobre el asunto de la ética sabemos muchas cosas. Una de ellas es su relación con la moral. Se dice hasta el cansancio que el objeto de la ética es la moral. Aquello que los latinos llamaron costumbre, superficialmente traducido frente al sentido originario de carácter como modo de ser decidido. Se trataba de la costumbre entendida como el modo de ordenar y organizar la vida en una comunidad humana determinada.

Sabemos también que los animales no necesitan de ética ni de costumbres aunque hagan lo mismo siempre. Pues a diferencia de los humanos el hacer de los animales está determinado de manera fija desde su origen, de modo que solo tienen un único repertorio de conductas. Esto termina en que no pueden elegir; y cuando pareciera que eligen –como el perro al mover la cola cuando llega el que le da de comer- en realidad lo hacen desde las consideraciones que les ofrece su natural sentido de la animalidad. Así, un colibrí por más que le guste lo dulce y se apasione moviendo alrededor de 40 veces en un segundo sus alas para llegar a donde está el néctar, no disfrutará como la abeja de la miel. El colibrí no tiene opción como la abeja tampoco, que siempre harán sus casas igual a pesar de los avances de las técnicas constructivas.
El ser humano en cambio tiene en su condición originaria la posibilidad de hacerse, de construirse de un modo o de otro. De esta forma, podrá elegir –siguiendo con el ejemplo de lo azucarado- si endulza su café con miel o azúcar, o lo deja sin ella. Con esta decisión –que pareciera superficial- va moldeando en parte su condición humana. La razón es sencilla: detrás del simple gesto de poner azúcar al café hay una serie de consideraciones que posiblemente pasan de largo para la mayoría. En principio se considera que tres cosas son buenas o al menos convenientes: el café, el azúcar y beber café con azúcar. En segundo término, cuando se bebe esta mezcla existe una finalidad que implica en principio que es mejor tomar café que no beberlo; pero más aun la finalidad de tomar café nos remite a algo que aparentemente es causa final: tomar café es considerado deseable en función de alcanzar un bien mayor –que no necesariamente es tener el cuerpo con una buena dosis de cafeína-, que tiene que ver con lograr un estado de satisfacción al que también se considera valioso.

Este asunto de la percepción sobre lo valioso es lo que da origen a las discusiones morales y luego a las reflexiones de tipo ético.

La reflexión filosófica tomó inicialmente dos caminos –que todavía andamos de manera casi sincrónica-, el de la búsqueda de razones absolutas pensando que vale la pena ordenar el mundo de una sola manera (y aparecieron Sócrates, Platón, Aristóteles, Tomás, Agustín, Kant… y muchos más), y el camino de la búsqueda, de las razones válidas según el contexto, del relativismo. Y como en todo conflicto armado –y la reflexión filosófica en cierto sentido lo es al usar el arma de la argumentación- hubo un ganador: la metafísica, luego la epistemología y finalmente la antropología. Los perdedores –como en otras batallas- fueron como siempre desplazados y silenciados, en tanto que sus argumentos fueron condenados al olvido, o si se citaban era para criticarlos desde la posición de los vencedores.

Así, nos han llegado datos de estos profesores perdedores a partir de algunas ideas: "El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son." (Protágoras); "al estar comprendidos dentro de esa realidad, no sólo los objetos de conocimiento, sino también el mismo sujeto que conoce, es lógico que no pueda admitirse nada inmutable, universal y necesario” (seguidores de Heráclito), o sobre los dioses Protágoras sostenía: "Con respecto a los dioses no puedo conocer ni si existen ni si no existen, ni cuál sea su naturaleza, porque se oponen a este conocimiento muchas cosas: la oscuridad del problema y la brevedad de la vida humana". De Hipias sabemos –según el vencedor Sócrates- que desdeñaba la ley: “Varones aquí reunidos, a todos los considero parientes y conciudadanos por naturaleza, no por ley, pues lo semejante está por naturaleza emparentado con lo semejante; la ley, en cambio, que es tirano de los hombres, fuerza muchas cosas contra la naturaleza."

Sea poco o mucho lo que sabemos de los sofistas es que –según la visión de Sócrates- eran relativistas, que consideraban a la ley como un planteamiento positivo, y que eran ateos. Desde esta idea, no podían aportar nada…

¿Es verdad esto? ¿Será que los sofistas son un mal necesario para que la filosofía perenne sobresalga y triunfe presentándose como garante de lo absoluto, lo fuerte, las causas material, formal, eficiente y final? o será que ¿no se ha acabado de ver el valor de los sofistas?

Ante la pregunta ¿qué es necesario saber? los sofistas aportan al menos tres cosas: primero, que frente a los saberes y cosmovisiones cerradas se requiere de saberes amplios –enciclopédicos-, segundo, que frente a los saberes clásicos se requiere de introducir nuevos problemas y soluciones prácticas, y que ante los saberes fijos derivados del mito, la religión y la costumbre, es conveniente abrirse a la pluralidad de respuestas. Algo que será visto de manera negativa al grado de considerar que los planteamientos relativistas prostituyen el espíritu. Pero al parecer esto les interesaba muy poco a los profesores sofistas pues deseaban que sus educandos fueran competentes para sobrevivir en la polis.

En este sentido, los planteamientos sofistas aparecen como balbuceos en búsqueda de criterios de lo bueno, que –en la perspectiva de una reflexión ética- cuestionan no sólo nuestros juicios sino nuestros criterios de valor, al plantear ¿desde dónde analizar lo valioso? ¿desde los modelos de conducta? ¿desde las leyes? ¿desde la naturaleza humana? ¿desde el mundo de las leyes físicas? Ante estas posibilidades de fundamentación de la ética los sofistas responden que no, enseñando que a la ética le acompaña una cierta relatividad, dado que en el fondo sólo tenemos pistas para vivir.

El problema que se deriva de esta postura es que los fundamentos o lo que se creía que lo era, se diluyen para preguntar ¿acaso los criterios de lo bueno y lo malo son relativos?

En el fondo, los sofistas nos enfrentan al problema de la naturaleza –autonomía o heteronomía- y permanencia de las normas morales. Los sofistas optan por el camino intermedio… diferente al de los filósofos que la tradición ha consagrado ¿y nosotros por cuál camino optamos no sólo para emitir los juicios de valor sino los criterios para valorar?

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