El asunto de la sexualidad siempre ha sido un problema para las religiones acostumbradas a establecer una separación en distintos planos: lo sagrado y lo profano, Dios y el hombre, el cuerpo y el alma…. En el caso del catolicismo, el asunto se torna más complejo cuando se pone como condición para llegar a Dios el control del cuerpo y el alejamiento del placer. A la base de la discusión sobre los homosexuales, la diversidad sexual, los matrimonios gay y la propuesta por la castidad se entrecruzan tres problemas: el silenciamiento y olvido de la corporalidad, el deseo de homogenizar a la sociedad en torno a un único modelo de vida y la invisibilización y control de las diferencias para que no se noten.
La derecha y los grupos conservadores dentro de la iglesia no están acostumbrados a hacer teología sino a repetir las fórmulas del pasado que les dan seguridad, por eso llevan el debate al plano del discurso moralizador que ya no funciona pero que se repite como eco, a ver si pega. A estos predicadores de la moral se les olvida que la teología ha de hacerse para resolver preguntas fundamentales, que la recomendación por la castidad no resuelve, por ejemplo: ¿qué imagen de Dios están proponiendo con este tipo de discursos? ¿la idea de un Dios que se espanta de la sexualidad, de la diferencia? ¿la de un Dios que no acepta la pluralidad? ¿la imagen de un Dios que aunque diga que respeta la libertad después da marcha atrás imponiendo un solo estilo de vida? ¿la perspectiva de un Dios excluyente, homofóbico y preocupado por controlar a los humanos?
La intención de control de una sociedad, de ejercer el poder incluso en las cuestiones más íntimas, la culpabilización del deseo y el reforzamiento de esquemas de pecaminosidad son cuestiones que pensadas a la luz de una sana lectura del evangelio, desde el criterio de Jesús “la verdad les hará libres”, implica no dar por supuesto que las respuestas construidas a lo largo de los años, por la tradición que tienen son la verdad. En el contexto actual donde más de la mitad de los jóvenes mexicanos de acuerdo a la Encuesta Nacional de la Juventud no toman en cuenta los discursos de la Iglesia sobre la sexualidad, el llamado a la castidad no será sino “más de lo mismo”; el reto que tiene la Iglesia Católica y el Gobierno de Jalisco no es evitar los matrimonios homosexuales, el encubrir la diversidad sexual o invisibilizar las “conductas pecaminosas” sino abrir el espacio para la discusión desde el lugar de los implicados a la luz de una perspectiva que honestamente tome los criterios del evangelio. De otro modo, las respuestas y planteamientos de este congreso serán voz en el desierto o apenas llegarán al grupo de amigos que piensan que tienen a Dios en sus manos y que confunden su propio discurso con Palabra de Dios.
La organización de talleres para “comprender y sanar la homosexualidad” como se pretende con el Congreso “Camino a la castidad” busca mirar a los homosexuales y quienes no viven la castidad como enfermos. Es pretensioso utilizar el verbo sanar al lado del término comprender, pues la idea de sanar implica una comprensión previa. El asunto es que la comprensión parte del lugar donde se mira y si esta es prejuiciada, entonces no se avanza en el conocimiento. Me atrevo a pensar que nada nuevo se comprenderá en este encuentro que se inscribe en la lógica de una iglesia neoconservadora. Si bien hay que distinguir que dentro de la Iglesia existen corrientes que se alejan de la visión tradicional y ofrecen cercanía sin descalificar al homosexual, en el centro-occidente del país existe una iglesia que se repliega sobre sí misma y que para subsistir sólo presenta su lectura de la realidad como válida y descalifica lo que le parece sospechoso contra lo que considera la “sana costumbre”. Un acontecimiento de esta naturaleza, apoyado por el Gobierno del Estado, no es deseable en un estado democrático y laico, pues se trata de un ejercicio parcial de la autoridad que pretenden hacer la voluntad de Dios cuando se deberían ocupar de algo más concreto como cumplir la voluntad del pueblo. La iglesia tiene derecho a expresar su opinión, nadie le niega este derecho, aunque si reconociera que no es una institución homogénea y que hay matices en la interpretación de su doctrina daría voz los que dentro de la misma plantean los asuntos de otro modo, y abriría el tema a debate.
Este congreso como muchos otros, tienen mal sabor porque surgen de la pretensión de tener la verdad y hacer la voluntad de Dios desde el chantaje emocional al pensar que como único camino de vida “Dios te quiere casto”, una manera distinta de interpretar el mismo asunto sería la perspectiva de aprecio por lo que Dios ha creado y el aprecio por el disfrute de las acciones de cada ser humano que busca definirse libremente frente a Dios. Si el congreso no fuera moralista, se abriera a la discusión de opiniones, y pretendiera buscar la voluntad de Dios al crear la diversidad valdría la pena, pero el programa indica que será otra vez un suceso de reivindicación de las corrientes conservadoras de la Iglesia y del estado a las que ya nos estamos acostumbrando en Guadalajara, no en balde nos califican de mochos en otros lados del país. Pero bueno, siguiendo una de las enseñanzas de Tomás de Aquino, será un mal menor pues en época de crisis, asistirán al encuentro no los que ganan 700 pesos a la quincena sino los privilegiados que pueden pagar 16 salarios mínimos más los gastos de hospedaje y transportación. Finalmente es un evento para minorías… los demás seguirán oyendo los discursos moralizantes y pasarán de largo haciendo lo que piensan que está bien sin hacer caso a lo que se diga, venga de donde venga, de los funcionarios públicos o de la iglesia.