lunes, 14 de diciembre de 2009

La religiosidad popular

Después de la Conferencia Episcopal de Río de Janeiro y de los debates en el Concilio Vaticano II, los obispos de Latinoamérica vuelven a reunirse en 1968. Por lo tanto puede decirse que se realiza bajo el impacto de dos acontecimientos centrales para la iglesia: las reformas propuestas por el Concilio y la configuración formal del CELAM que va dando identidad a la catolicidad latinoamericana . En esta lógica, el tema fue: La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio. La intención de esta 2ª. Conferencia del CELAM es la aplicación de las directrices del Concilio a la vida de la Iglesia en Latinoamérica. Así, el análisis de la realidad que realizan los obispos destaca que se trata de un continente pobre bajo el signo de la violencia, al que el Papa Paulo VI en la conferencia inaugural invita a poner el acento en el hombre, con la finalidad de atender “la secularización, que pasa por alto la esencial referencia la verdad religiosa, y la oposición entre la Iglesia llamada institucional y otra presunta Iglesia llamada carismática” .

Esta ambiente , favorece que surja el término religiosidad popular. El término adquiere una resonancia importante en el documento, pues la palabra religiosidad aparece 19 ocasiones, en tanto que el término popular se encuentra 20 veces. La asociación de términos bajo el asunto religiosidad popular ocurre en 6 ocasiones en el capítulo dedicado a la Pastoral Popular. Sus correlativos en el Documento de Río, piedad y devoción, aparecen 1 y 4 veces en cada caso.

La religiosidad popular es reconocida por los obispos latinoamericanos como una expresión de la fe cristiana que trajo la evangelización. Tal forma religiosa reviste lo que ellos llaman “características especiales”, entre las que se encuentran: la relación con la caridad, las deficiencias en el ámbito de la conducta moral, su multiplicidad de manifestaciones según la cultura y el contexto, y la forma de vivenciarla por parte de los creyentes. Los obispos no dejan de reconocer que tal forma religiosa es valiosa y que no se ha comprendido suficientemente, por lo que es necesario estudiarla desde distintas ópticas y no sólo la propiamente eclesial. Además advierten cuatro situaciones importantes en torno a la construcción de una mirada externa a la religiosidad popular: no estudiarla y juzgarla con elementos de lo que llaman “cultura y mirada occidentalizada”; no prescindir de ella; revalorar dicha religiosidad “purificándola de elementos que la hagan inauténtica no destruyendo, sino por el contrario valorizando sus elementos positivos”; y por último, valorarla y usarla como punto de partida para el anuncio de la fe. Hay en esta perspectiva una distancia entre la conceptualización de Río de Janeiro y Medellín, pues mientras en la primera conferencia se presentaba a la esta forma religiosa como inadecuada , Medellín cuida las expresiones: “se impone una revisión y un estudio científico de la misma, para purificarla de elementos que la hagan inauténtica no destruyendo, sino, por el contrario, valorizando sus elementos positivos”

De esta manera, los obispos dan un paso atrás, pero muy importante, en el análisis de la religiosidad popular. No descalifican desde la posición de la verdad eclesial dogmática, sino que se detienen para pronunciar una palabra, tomando en cuenta al sujeto que vive la religiosidad popular y no a la expresión devocional misma. Al ser obra de un sujeto creyente, la religiosidad aparece en un contexto del que no se puede prescindir en el análisis. Ello matiza las opiniones al grado de buscar la valoración de los elementos positivos que contiene; además de reconocer que la Iglesia no tiene la única palabra sobre esta forma religiosa, pues sostiene que “se impone una revisión y un estudio científico de la misma” y solicitar a “que se realicen estudios serios y sistemáticos sobre la religiosidad popular y sus manifestaciones, sea en universidades católicas, sea en otros centros de investigación socio-religiosa” .

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