Cuando era necesario convocar a los cristianos para asistir a las celebraciones religiosas, la invitación se realizaba mediante campanas, a las que se dio por llamar la voz de Dios, dado que ubicaban al creyente para vivir cerca de lo religioso. La campana -presente en otras tradiciones religiosas- se ha visto desde entonces como un símbolo para llamar la atención de los creyentes, para mostrar la presencia de la divinidad y para hacer una ruptura en el tiempo: para hacerlo de alguna manera, sagrado.
Actualmente la voz de Dios se ha convertido en una voz limitada debido a la ausencia de viviendas en los centros de muchas ciudades, y al crecimiento de los edificios que impiden escuchar el llamado a la oración. Sin embargo, sobreviven en algunos lugares estas tradiciones. Aquí, el Templo de la Soledad en San Pedro Tlaquepaque, a las 6 de la tarde: las campanas oran con el Ave María.
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