Para los que no se interesan mucho por las temáticas religiosas, el evento del Sínodo puede parecer lejano e incluso poco interesante. Nada de eso. En este Sínodo se juega el futuro de la iglesia en torno a la decisión de dos modelos de Iglesia.
Vayamos por partes. En los orígenes de la iglesia cristiana, el sínodo era sinónimo de gobernabilidad en común, donde el Papa -primus inter pares- consultaba y gobernaba junto con el resto de los obispos. Cuando la iglesia se estructura siguiendo el modelo del imperio romano, la relación con las iglesias orientales hace crisis y terminan distanciadas. La cuestión de la autoridad compartida no era bien vista en la nueva iglesia romana. Esto tiene su punto más complejo con la definición de dogma de la infalibilidad del Papa en el Concilio Vaticano I.
Es hasta el Concilio Vaticano II, donde la visión de Juan XXIII y Paulo VI, favorecen un aggiornamento de la iglesia l mundo moderno. Tal adecuación pasa por la vuelta a los orígenes y trata de rescatar el modelo sinodal de gobierno. La Curia Romana se opone y durante los pontificados siguientes, el sínodo se convirtió en una especia de consultoría, citada cada cierto periodo de tiempo para discutir un tema que invariablemente ha terminado repitiendo lo mismo que ya existe en el pensamiento conservador de un sector de la iglesia. La voz de los obispos se había adecuado a repetir los lineamientos de la Curia por lo que las conclusiones por más abiertas que pudieran ser, terminaban siempre en la repetición para dar salida a los problemas a través de un ajuste de la conducta a la moral y doctrina vigente, aunque ya no fuese útil. La consecuencia de este modo de proceder fue el abandono de un sector muy importante de creyentes que han transitado a la formación de comunidades sin referencia eclesial o a otras religiones.
El modelo sinodal parecía domesticado hasta la llegada del Papa Francisco que lo rescata. De hecho la primera alusión al sínodo como modo de gobernar ocurrió -aun sin decirlo- cuando toma tres decisiones: identificarse como el obispo de Roma -lo que lo sitúa en una posición de "primero entre los iguales"-, no ratificar a los cardenales de la Curia Romana, y convocar a un grupo de cardenales de distintas partes del mundo y ajenos a la Curia para que le aconsejaran sobre la situación de la Iglesia. Un paso más, fue la consulta mundial a los creyentes: sacerdotes, religiosos y laicos sobre los asuntos y problemas actuales de la familia. a tal consulta pudieron acceder incluso los miembros de otras religiones y los no creyentes. Los resultados fueron tomados como la expresión de la voz del pueblo que pide una revisión de la pastoral sobre la familia.
A partir de lo anterior se redactó el Documento de Trabajo para el Sínodo, que hoy comenzará a discutirse. Dicho documento señala en el fondo dos modelos de iglesia: el de la misericordia y la solidaridad evangélica, frente al de la aplicación del derecho para preservar el dogma. Los cardenales más conservadores se han alineado a éste último modelo esperando condenar a los divorciados vueltos a casar y poner en el baúl de los recuerdos las posibilidades de transformación de la Iglesia. El Papa, el Cardenal Kasper, y un buen número de obispos piensan en la iglesia que regrese a los orígenes. Hasta el 19 de octubre tendremos las conclusiones del sínodo, que para algunos analistas se presentan complejas, porque si las decisiones no favorecen la postura conservadora, está latente un cisma. Estaremos atentos para comentar, y sin embargo, habría que señalar que un cisma por seguir la propuesta abierta y misericordiosa de Jesús, de la que parecen estar distantes algunos cardenales que desean conservar su poder y el status quo, no le haría daño a la Iglesia, al contrario.