Se ha vuelto ya una nota el hecho
de que el Francisco, el Papa, ha solicitado a los obispos que no tengan
comportamiento de príncipes; y les ha dicho, que un buen pastor tiene el olor
de las ovejas porque comparte su vida.
La transformación de la iglesia
pasa no sólo por la reforma de la Curia y el Banco Vaticano, sino por la
elección y nombramiento de obispos
nuevos, y la conversión de los que ya lo son. Se trata de una tarea de enorme
complejidad porque se requiere no sólo de seguir indicaciones, sino de realizar
cambios en la mentalidad y el modo de proceder de quienes dirigen las iglesias
locales.

El tipo de actividades
administrativas y de seguimiento de acuerdos pastorales, hace que los obispos
se concentren en sus oficinas, y se distancien de la gente común. Los obispos
tradicionales, formados además en la mentalidad principesca que critica el Papa
Francisco, construyen sus casas en lugares alejados, del resto de los vecinos.
Seguramente algunos obispos,
conocen perfectamente la diócesis que dirigen, sus avenidas, callejones,
colonias, y han transitado por sus calles sorteando los baches. Pero, es
posible también que otros obispos, desconozcan las zonas marginadas, las
colonias donde viven los creyentes pobres, porque nunca caminan por sus calles.
Por eso, en general, los obispos
son desconocidos, pues la distancia que establecen con los creyentes, aunque
aparentemente salvaguarda lo sagrado, se olvida que lo más sagrado es la relación
entre los seres humanos, que en el encuentro recrean la imagen de Dios.

Por supuesto que el éxito del
trabajo pastoral no depende de esto, pero esta convivencia haría más cercano su
trabajo y más accesible el mensaje a los creyentes de a pie, que reconocerían a
su obispo en cualquier esquina.
Tal vez se trata de una utopía,
pero mientras no lo hagan, los obispos seguirán siendo los grandes
desconocidos. Como muestra, trate de recordar el nombre de los obispos
titulares o auxiliares de su ciudad si es que los hay. Y si quiere hacer más complicada
la cuestión, trate de recordar sus caras. Si no logra recordar caras y nombres,
menos recordará sus mensajes.